Un espacio abierto



Un lugar por el que pasar y, tal vez, quedarse.

miércoles, 27 de noviembre de 2013

Saturno (o Cronos, que me gusta más)



Hace poco, en un relato de Jose apareció este cuadro que podemos ver en el Museo del Prado. Fue pintado por Rubens para la Torre de la Parada, un pabellón de caza (en realidad un palacete de estilo Austria) situado en el Monte del Pardo (Madrid), en el que Felipe IV se retiraba de tanto en tanto, supongo que para relajarse de las duras tareas de rey. Sin comentarios, que ya sabemos todos lo duro que es ser rey: antes y ahora.

Pero el mayor interés del desaparecido edificio (fue destruido en 1714 durante la guerra de sucesión con los Borbones) era la serie de pinturas mitológicas basadas en las Metamorfosis de Ovidio que el rey encargó a pintores tan relevantes en aquel momento como Rubens o Velázquez, y de la que este cuadro es una muestra más. 

Vemos que Rubens nos muestra a un Saturno anciano en el que el cuerpo flácido, cuya sensación de decrepitud se acentúa con el uso de tonos amarillos en el pecho y el vientre, no parece encajar con unas piernas poderosas. En cambio, su hijo (no sabemos a cuál representa) es un niñito rubito y regordete, de piel clara. Con gesto horrorizado ante el dolor (la mueca de la boca resulta estremecedora) causado por el mordisco de su padre que, con mirada de loco, le está arrancando la piel y la carne del pecho, el niño con un brazo parece tirarle del pelo, en un intento de defensa abocado al fracaso. Todo el lienzo rebosa dramatismo y dolor, las formas: repulsivo, el viejo; enternecedor, el bebé; el color, con predominio de tonos fríos y grises, y el negro de la tela como contrapunto luctuoso; el uso de la luz que se concentra en el brazo del crío, centrando la atención en él y su gesto desesperado. Todo está calculado para provocar sensaciones intensas, inevitables a la vista del crudo realismo de la carne infantil rasgándose en la boca del anciano trastornado. Barroco en estado puro.

Y ahora, la historia que hay detrás. Saturno, ¡qué personaje! Aunque es un dios de origen romano, se le suele identificar con Cronos, el dios del tiempo griego y rey de los dioses de la primera generación. Se le suele representar como un anciano que porta una guadaña, la que usa para segar las vidas de los mortales, aunque también en una de las versiones del mito, la más truculenta, la guadaña la usó Cronos para... Pero vayamos por partes, que la historia tiene tela.

Cronos era hijo de Gea –la Tierra- y Urano –el Cielo-, quien a su vez, también era hijo de Gea, que lo concibió por sí misma. Así, esta extraña pareja (madre y esposa, hijo y marido), no podía por menos que concebir hijos también raros, como los cíclopes, gigantes de un solo ojo; los hecatónquiros, gigantes de cien manos y cincuenta cabezas; y los primeros titanes y titánides (seis varones y seis mujeres), dioses de la edad de oro, de los que Cronos era el menor. Pues bien, Urano, al que no le debió gustar parte de su prole, decidió encerrar a los cíclopes y a los hecatónquiros en el Tártaro (el infierno), en lo más profundo de la Tierra. Pero, cómo Gea era la propia Tierra, la pobre tenía a todos hijos aprisionados en su interior, lo que no debía resultarle nada agradable. Así, intentó convencer a sus otros hijos –los Titanes- para que asesinaran a su padre. Para ello, fabricó una guadaña de adamantio (material mitológico que se convierte en indestructible una vez frío), para que sus hijos la vengaran. Pero, todos los titanes se negaron y se pusieron del lado Urano, siendo Cronos el único que se alió con su madre, castrando a su padre mientras Gea le entretenía en placeres erótico-festivos. Tras semejante proeza, Cronos arrojó al mar los testículos de su padre. De la espuma que provocaron al caer, surgió de entre las aguas, la diosa Afrodita, y de la sangre que se vertió, las Erinias, diosas de la venganza. 

Urano, castrado pero no vencido, y ayudado por los titanes, luchó contra su hijo Cronos, que tenía a su lado a los cíclopes y hecatónquiros a los que había liberado, resultando derrotado... Urano, por supuesto. Cronos ocupó el lugar de su padre como rey de dioses. Los titanes, que no pasarán a la Historia como paradigma de nobleza y pundonor, abandonaron a su padre y se aliaron con su hermano vencedor.

Como cualquier gobernante que se precie, Cronos tampoco cumplió sus promesas y volvió a encerrar a sus hermanos cíclopes y hecatónquiros en el Tártaro, con el consiguiente mosqueo de su madre, que le maldijo vaticinando que, llegado el momento, sus hijos le derrocarían a él. Obviamente, Cronos no echó en saco roto semejante maldición: después de todo venía de una poderosa diosa… y de una madre. Y ya se sabe que las madres nunca se equivocan. Es una de las leyes más indiscutibles del universo. 

Una vez puesto el mundo en orden, Cronos se casó con su hermana Rea, y cada vez que tenían un hijo, el rey de dioses se lo comía entero (no cómo lo pintan Rubens o Goya -como no mencionar a Goya-, pero claro, si lo hubieran pintado así no habría resultado tan impactante), creyendo que así evitaría la maldición. Poco a poco fueron desapareciendo todos los hijos que paría su mujer: Démeter, Hera, Hades, Hestia y Poseidón, hasta que, harta de que la acémila de su marido devorase a su prole, Rea, embarazada de nuevo, marchó a la isla de Creta dónde nació Zeus. El niño quedó en manos de la cabra Amaltea que lo amamantó y la ninfa Adamantea que lo crió, aunque hay quien dice que fue su propia abuela, Gea, quien lo hizo. En lugar del niño, Rea entregó a Urano una piedra, que sin fijarse mucho (sería por la costumbre), el dios se tragó creyendo que era su último hijo.



Cuando Zeus creció y Gea vio llegado el momento de la venganza, entregó a su nieto un bebedizo que, mediante engaños, consiguió que Cronos bebiera, regurgitando a todos sus hermanas. Después, volvió a liberar a los pobres cíclopes y hecatónquiros (que no ganaban para entradas y salidas del Tártaro), y apoyado por éstos y por sus hermanos, inició una guerra contra su padre y sus tíos, los titanes, conocida como la Titananomaquia, de la que Cronos salió derrotado, acabando encerrado junto con sus hermanos en el Tártaro… y, por supuesto, con los cíclopes y hecatónquiros. Gea, otra vez enfadada (no paraban de llenarle las entrañas de indeseables), engendró a un monstruo llamado Tifón, pero el pobre no tendría ningún éxito contra Zeus, quien junto con sus hermanos se asentó en el Olimpo, desde donde gobernarían el mundo de dioses y hombres de forma más bien arbitraria a tenor de la cantidad de historias que nos han legado. Pero esto lo contaré en otra ocasión.


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