Un espacio abierto



Un lugar por el que pasar y, tal vez, quedarse.

miércoles, 20 de noviembre de 2013

El banquete de Tereo


Hoy, revisando artículos de mi antiguo blog me he encontrado con una historia mitológica terrible y no de las más conocidas. Se trata de la del Banquete de Tereo, que me trae bontios recuerdos, a pesar de la truculencia de la historia. Los recuerdos vienen de hace mucho tiempo, cuando llevé a mi hija, mi sobrina y una de mis ahijadas al Museo del Prado; tenían 5, 6 y 7 años, más o menos. Un museo es un sitio estupendo para ir con críos de esa edad siempre y cuando se cumplan dos condiciones: 

1. Nunca estar más tiempo del que ellos pueden aguantar sin aburrirse.
2. Contar lo que están viendo de forma que les resulte interesante: esto es algo más complicado.

Yo ese día di con lo que les resultó interesante en la mitología y los intensos cuadros de Rubens (nadie ha retratado con tantísima fuerza la esencia de los mitos), suntuosos, desgarradores, llenos de matices y fuerza. En esos momentos estaba leyendo las Metamorfosis de Ovidio y tenía toda la mitología más o menos fresca (lo que se me olvidaba, lo inventaba sin sonrojo alguno) de forma que con palabras sencillas les contaba las historias que narraban cada uno de los cuadros. Al cabo de un ratito, una de las niñas me dijo muy bajito: "hay gente que nos sigue" y yo, muerta de risa, me di cuenta de que había algunas personas que se ponían junto a nosotras para escuchar los cuentos que yo les contaba a las crías. Así que alcé un poquito más la voz para que todos pudieran oír bien y, de vez en cuando, miraba para ver si seguían atentos. Y sí, allí seguían. Por supuesto, mi ego recibió una inyección de esas buenas de verdad.

Ese día, el cuadro y la historia que más impresionó a mis tres niñas fueron los que ahora os reproduzco, quizá porque aparecía un niño, quizá por la truculencia de la Historia. 



Tereo, hijo de Ares, dios de la Guerra, era el rey de Tracia. Su actuación como árbitro en una disputa entre los hijos de Pandión, rey de Atenas, le valió el derecho a casarse con una de las hijas de éste, Procne. Sin embargo, Tereo no quería a su esposa, sino que se había enamorado locamente de Filomela, la hermana de Procne. Como Tereo ya había dado su palabra de matrimonio a Procne, mantuvo en secreto su pasión por Filomela, mientras pensaba en el modo de poseerla.

Pasó el tiempo y, aunque Procne había dado un hijo a Tereo, Itis, la pasión de aquél por Filomela no había hecho sino crecer y ocupar por completo su corazón, endureciéndolo de forma atroz. Pasado un tiempo prudencia, creyó llegado el momento de poner en marcha el plan que había ideado. Así, Tereo encerró a Procne en las estancias de las esclavas, tras confesarle que estaba loco de deseo por su hermana Filomela y cortarle la lengua para que no pudiera contar a nadie lo que ocurría. La locura se apoderó de ella, y ya no pensó en otra cosa que en vengarse de su marido. El transcurso del tiempo encerrada y el alma roída por el dolor y la traición, convirtieron a Procne en un monstruo sediento de venganza. Ella también empezó a maquinar.

Mientras tanto, Tereo había ido a la casa de Pandión a comunicar el fallecimiento de su mujer, y a pedir a Filomela para que la sustituyera. Pandión, con el alma destrozada por el dolor de la pérdida de su hija, no supo negarse, pese a las reiteradas peticiones de Filomela, que detestaba la idea de tener que casarse con Tereo.

Así pues, Tereo y su futura esposa emprendieron el camino hacia Tracia, pero incapaz de contenerse hasta celebrar el matrimonio, violó a Filomela durante el viaje. Filomela creyó morir. La humillación y el dolor, llenaron su alma, pero era tanta su vergüenza que no era capaz siquiera de pensar en vengarse. Se sentía miserable, como si hubiera traicionada a la hermana que ella creía muerta y a la que seguía llorando por las noches. Era incapaz de reaccionar, y así, durante todo el tiempo que duró el trayecto hasta la casa de los futuros esposos, fue violada cada noche por el monstruo que habría de ser su marido, sin que ella hallase el valor necesario para reaccionar.

Ya en Tracia, se pusieron en marcha los preparativos para la boda, entre ellos el traje de novia de Filomela, que sería confeccionado por las esclavas. Esclavas entre las que se encontraba Procne, que gracias a este trabajo pudo ponerse en contacto con su hermana. De niñas habían inventado un lenguaje de signos sencillos, sólo conocido por ellas dos: era su gran secreto. Ahora Procne lo utilizó para bordar en el vestido de novia de su hermana el siguiente mensaje: “Procne está entre las esclavas”.

Cuando Filomela se puso el vestido para la boda, reconoció de inmediato el lenguaje inventado tantos años atrás. Dejando toda la preparación para la boda, corrió a las estancias de las esclavas, donde liberó a Procne. A través de gestos y la nunca perdida complicidad entre las hermanas, Filomela supo todo lo que había ocurrido, así como el plan que Procne llevaba tanto madurando. Filomela, hasta entonces sumida en la apatía de la degradación constante, se sintió revivir y se prestó de inmediato a colaborar en el plan de su hermana.

Los esponsales se celebraron como estaba previsto, pero durante el banquete, Filomela insistió en servir personalmente a su flamante esposo el plato principal. Mientras Tereo comía, alabando la excelente calidad de la carne, Filomela sentada a su lado le miraba con una expresión indefinible, entre sarcástica y vengativa. Cuando terminó, Filomela le anunció el postre. Tereo, satisfecho tras tan magnífico banquete se recostó y se dispuso a esperar que lo trajeran.

Sin embargo, el gesto de satisfacción se heló en su rostro, cuando vio que tras Filomela venía Procne, con una bandeja cubierta. Al llegar a su altura, ambas hermanas se pararon frente a él, y destapando juntas la bandeja, Tereo pudo ver la cabeza de su amado hijo Itis. Con una saña sin igual, Filomela le contó con todo detalle la procedencia de la comida que acababa de degustar, y cuyos únicos restos reposaban en aquella bandeja. La sorpresa de Tereo se transformó en repulsión, y finalmente en odio.

Tomó un hacha enorme y se lanzó contra las dos hermanas, que huyeron despavoridas fuera del castillo. Pero en el momento en que Tereo les dio alcance y se disponía a asesinarlas, los dioses, horrorizados, decidieron no permitir más sangre, y los transformaron en pájaros a todos: Filomela, en ruiseñor y Procne, en golondrina, mientras que Tereo fue convertido en un halcón.

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