Leonor
de Aquitania (1122-1204) fue una de esas mujeres que, contra todo pronóstico
dado el trato que recibían las féminas en los tiempos medievales, sobresalió
por méritos propios... algo a lo que ayudó -y mucho- ser hija de Guillermo X,
duque de Aquitania, y convertirse en heredera de sus tierras y feudos, tras la
muerte su único hermano varón. Guillermo X murió en el año 1137 y Leonor tomó
posesión del ducado, de un tamaño enorme, mayor que los dominios directos del
rey francés, lo que proporcionaba a Leonor, a sus 15 años, un poder inmenso.
Ese mismo año, Leonor se casó con el hijo de Luis VI de Francia, quien a los
pocos meses sería coronado rey: Luis VII Capeto.
Leonor,
amparada en el gran poder que le daban sus tierras, no observaba los
comportamientos esperados en las mujeres de aquellos tiempos: era liberal,
culta, protectora de juglares y poetas, independiente y fuerte. Desde luego no
se ajustaba a los cánones de la época, lo que le hizo granjearse la enemistad
(¡cómo no!) de la Iglesia Católica en las personas de dos de los más
influyentes personajes del momento: Bernardo de Claraval (abad de la orden del
Císter) y el Abad Suger de St. Denis, consejero y mentor de los reyes de
Francia.
Las
cosas empezaron a ir mal a la pareja a raíz del apoyo de Leonor a la boda de su
hermana con el conde de Vermandois; mientras, su marido, Luis VII, en contra de
tal matrimonio, invadía el feudo de Vermandois al considerar que con esa boda
el conde había incurrido en bigamia.
Para
rebajar la tensión, ambos (sí, Leonor también se embarcó en esa aventura)
partieron a las Cruzadas, a la segunda cruzada en 1147, recalando en Antioquía,
donde gobernaba un tío de Leonor. Sin embargo, esto no sirvió más que para
empeorar la relación, ya que Leonor pasaba mucho, quizá demasiado, tiempo con
su tío, con el que podía conversar con más libertad que con el excesivamente piadoso
Luis. Así, ante la casi evidencia escandalosa de una relación incestuosa entre
tío y sobrina, el rey de Francia obligó a su mujer a volver con él en 1151.
Tras un intento de reconciliación en Roma, la ruptura se consumó con la
anulación del matrimonio en 1152, conservando cada uno sus dominios y sus
prerrogativas.
Pero
si algo caracterizaba a Leonor era su inteligencia y sabía que estar sola no
era una buena opción, así que ese mismo año -1152- se casó con Enrique
Plantagenet, destinado a heredar el reino de Inglaterra y, lo que era más
importante, los ducados de Anjou y Normandía, situados en el continente. Con
este matrimonio, cuando en 1154 Enrique heredó las tierras y títulos de su
antecesor, la pareja se convirtió en un temible enemigo para el ex marido de
Leonor ya que, entre ambos cónyuges, dominaban el llamado Imperio Angevino, que poseía en territorio francés mayor extensión
de tierras que el propio rey de Francia. Los reyes de Inglaterra eran, según el
derecho feudal, vasallos del rey de Francia, pero a la hora de la verdad, sus
territorios eran mucho mayores y sus ejércitos más poderosos. Los conflictos
entre ambos estaban servidos y duraría hasta la desaparición del poderío de los
Plantagent con Juan I Sin Tierra (hijo menor de Leonor) tras la batalla de
Bouvines. Pero eso sería mucho después.
Los
primeros años de matrimonio fueron más o menos felices. En estos años nacieron
sus ocho hijos, entre los que destacaron Ricardo Corazón de León, Juan Sin
Tierra o Leonor de Castilla (casada con Alfonso VIII). Pero ya durante el
embarazo de Juan, en 1166, Enrique empezó una relación con Rosamunda Clifford,
de la que se enamoró locamente. Leonor, reaccionó de una forma inesperada para
una mujer como ella: se dejó llevar por el despecho y los celos; incluso se
dijo que intentó envenenar a Rosamunda, pero al parecer eso no era cierto. Lo
que sí hizo fue azuzar a sus hijos contra su padre, Enrique II, quienes se
rebelaron declarándole la guerra. Controlada la situación, Leonor fue enclaustrada
en Saslisbury, donde permaneció hasta la muerte de Enrique II en 1189.
El
romance con Rosamunda duró hasta 1176, cuando ella ingresó en el convento de
Godstow, donde moriría ese mismo año. No se sabe si se retiró porque presentía
su muerte y quería congraciarse con Dios, o si el romance que el rey mantenía
con Adela de Francia, con quien tuvo un hijo, la llevó a tomar tan drástica
decisión. Sin embargo, el rey debía amar mucho a Rosamunda, ya que tanto el
entierro -en el coro de la iglesia del convento de Godstow- como los donativos
al convento para que las monjas atendieran los rezos por su alma, corrieron por
cuenta del rey. El lugar donde estaba enterrada Rosamunda se convirtió en
centro de peregrinación en los años siguientes.
La
muerte de Enrique II liberó a Leonor de su encierro quien, siendo rey su hijo
Ricardo Corazón de León, se ocupó de la regencia mientras éste estaba ausente
en campañas militares, en la Cruzada o durante su cautiverio en Alemania
(patrocinado por el rey de Francia, ex de su mamá). También tuvo
una cierta influencia –no demasiada: mucho mejor le habría a Inglaterra si
Leonor hubiese tenido un papel más relevante- en el reinado de su otro hijo,
Juan I, que sucedió a Ricardo cuando murió en 1199, ya que éste no tuvo hijos.
Fue una reina longeva y sus últimos años los pasó en la Abadía de Fontevrault, donde
murió en 1204 con 82 años, estando allí enterrada junto a su esposo Enrique II.
Sin
embargo, hay un episodio en el que podría verse la mano de la reina. En 1191,
estando Ricardo Corazón de León en la Cruzada y ejerciendo Leonor de regente,
el obispo de Lincoln, San Hugo de Avalon, apareció de forma imprevista por la
abadía de Godstow y, acusando a la pobre Rosamunda de ramera, hizo exhumar sus
restos, que fueron trasladados y enterrados de forma anónima al cementerio de
las monjas, finalizando así las peregrinaciones a su tumba. Quizá no, quizá sí,
pero un cierto aroma de venganza de amor y celos, sí que rondaba el ambiente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario