Un espacio abierto



Un lugar por el que pasar y, tal vez, quedarse.

domingo, 26 de julio de 2015

Revancha




Mientras Carlota camina por Sor Ángela de la Cruz, siente el aliento de Medea ceñirse sobre ella. Tal vez es porque lleva aquel librito de Eurípides en su nuevo bolso de Carolina Herrera, y aunque no se considera una hechicera arquetipo de maldad y pasión, ella también va a usar la muerte de su propio hijo -o hija, nunca llegaría a saberlo- para herir a su marido. Y así, fríamente, sin remordimientos ni arrepentimiento, avanza por una calle flanqueada por árboles desnudos y rascacielos grises, dejando atrás la clínica donde hace menos de cuatro horas ha abortado el que hubiera sido su tercer hijo. O hija, no le importa.

Ahora tenía que pensar cómo decírselo a Alejo, el hombre con el que lleva más de quince años casada. Por la iglesia, como dios manda. Mientras anda, recuerda su boda, llena de gente de esa que le dice a un guardia civil usted no sabe con quién está hablando. Ve a su suegro, repartiendo puros tras dejar claro que se los han traído de Cuba a pesar de Fidel, y a su suegra, pavoneándose de lo bien que se desenvolvía su niño como director de comunicación en la empresa de su marido. Y le viene a la cabeza la imagen del novio, guapísimo con su reluciente frac, la pajarita blanca, el pelo engominado. Y la suya, de blanco virginal con un diseño de Pertegaz, aun cuando hiciera ya tiempo que había dejado atrás la virginidad. Pero eso no lo sabía nadie. Fue feliz ese día. Y lo siguió siendo al principio en su ático del Paseo de la Habana, celebrando o yendo a fiestas en casas como la suya con gente como ellos; de compras en Nueva York, París o Roma. Ellos eran jóvenes y la vida, divertida y sin preocupaciones.

Al llegar a Cuzco, Carlota nota que las piernas la flojean y empieza a sentir náuseas. Para un taxi y camino de su casa, ahora un chalé con piscina en la Finca, no deja de dar vueltas a cómo contarle todo a su marido. ¿Le anunciará que se había quedado embarazada para, inmediatamente, decirle que ya ha abortado? ¿O quizá sólo le diga que estaba embarazada, dejándole hacerse ilusiones para destrozárselas de golpe al cabo de un par de días? Le empieza a doler todo y cada vez se siente peor. Se recuesta en el asiento y cierra los ojos: tiene un rato largo hasta llegar a casa.

Mientras intenta relajarse, piensa en los niños. Es miércoles, así que el pequeño tiene clase de violín por la tarde. Por suerte el mayor está en Formigal. Carlota no se ve con fuerzas para ir a recoger al pequeño. Mandará a la chica. Quizá hasta le diga que se quede esa noche, por si el niño necesita algo, con Alejo no se puede contar para las cosas de los críos y tampoco sabe cuándo va a llegar. No puede dejar de pensar en lo mayores que se han hecho sus hijos. Los quiere, sí, pero también sabe que son el motivo de la vida que lleva y que tan poco le gusta. Nunca quiso tener hijos, pero a los cuatro años de casados, y viendo que todos sus amigos tenían niños, Alejo la convenció para que ellos también lo hicieran. Dejaron de poner los medios que jamás admitieron utilizar, y a los seis meses Carlota se quedó embarazada. Sus suegros lo celebraron con siete misas a la Virgen del Perpetuo Socorro, de la que eran muy devotos, porque ya pensaban que era estéril después de tanto tiempo. Carlota y Alejo no pudieron librarse de ir a la del domingo.

Jacobo nació en verano y a los tres años, llegó Borja. Alejo empezó a desaparecer, aunque nunca se fuera del todo, y ella a aburrirse soberanamente. Las reuniones empezaron a alargarse y los viajes de negocios, a multiplicarse. Al principio, Carlota se lo creía, pero en un brunch con amigas en el Ritz, cuando volvía del aseo escuchó al vuelo una frase que le abrió los ojos de golpe. Desde aquel día empezó a estar atenta a los detalles de su vida diaria, además de fisgar en el móvil de Alejo. Todo confirmó lo que había oído a su amiga. Fue entonces cuando empezó a planear el castigo que infligiría a Alejo. 

Agotada, mientras el taxi se acerca al desvío de la M40, no puede evitar disfrutar imaginando su venganza, así, en frío, lentamente, sin sorprenderse de no sentir ningún tipo de desasosiego ni escrúpulo: al fin y al cabo, ella no quería tener hijos. Imagina a Alejo, casi puede verle... ira, rabia, desesperación, en ese orden, al enterarse. También imagina cómo le iría detallando, poco a poco, lo que la había llevado a actuar de este modo: sus engaños, sus mentiras, sus argucias, convencido de que ella era tan estúpida que no se daría cuenta de lo que ocurría, como si no hubiera sabido desde hace meses en cada instante con cuál de sus secretarias, compañeras e, incluso, amigas de la familia, se estaba acostando. Sí, había llegado el tiempo de la revancha: ahora él sentiría en su piel todas las puñaladas que ella había ido acumulando. Excitada, tensa, inquieta, sentía que había llegado, por fin, su momento.

4 comentarios:

  1. Vaya historia...tan real en esta sociedad..a veces nos importa más nuestros propios sentimientos q la vida de otra personita...buf! Pelos de punta! Me gustan tus relatos, Mayte, llenos de vidas y realidades actuales. Sigue escribiendo! Yo te seguiré leyendo!

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    1. Gracias, Hada. Será todo un lujo contar contigo como lectora. Un abrazo!

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  2. Me dejas asombrada un relato, desgraciadamente muy real, que sigue poniendo en entredicho la opulenta y enrevesada vida de los pudientes... Encantador

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    1. Muchas gracias, Concepción. Lo cierto es que entre la "gente bien" hay mucha mezquindad. Un abrazo!

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