Un espacio abierto



Un lugar por el que pasar y, tal vez, quedarse.

martes, 19 de noviembre de 2013

Duelo a garrotazos.






Hace unos meses un amigo muy querido me pidió un comentario sobre este cuadro, dándome así la oportunidad de retomar el placer de mirar lo que esconden los cuadros. 


Duelo a garrotazos. Impactante título para una obra no menos impresionante. Sin embargo, este nombre sólo se utiliza desde 1900, ya que su título original era Dos forasteros, algo que choca en una escena que parece representar la esencia de nuestro país. 

Resulta difícil resistirse a ver aquí el carácter de nuestra tierra, porque parece encajar a la perfección con nuestra España de hoy, casi dos siglos después de que Goya pintara todo este conjunto de pinturas negras en los muros de su Quinta, una serie de cuadros que resultan impresionantes por una crudeza tan profunda que nos conmueve y una ferocidad que aterra.

Un paisaje yermo y sin posibilidades, tan parecido a nuestro país de hoy en la que cada día que pasa, parece más difícil poder plantar nada; un cielo gris, en el que se entrevé un breve toque de azul, como si fuera un respiro, aunque presto a desaparecer, engullido por nubes amenazantes; dos idiotas enterrados hasta las rodillas que en lugar de ayudarse a salir del hoyo en el que están, pierden el tiempo apaleándose, posiblemente hasta la muerte. La España del XIX, la España del XX, la España del XXI… la España de siempre. Goya, sin duda, supo ver la esencia de nuestra tierra, de nuestra gente. 

Pero puestos a soñar, podríamos imaginar que estos dos tipos no fueran tan imbéciles; que, en lugar de atizarse con sus garrotes, los utilizaran para remover la tierra que les inmoviliza; que, en vez de perder fuerzas y tiempo, agotándose y agrediéndose hasta la muerte… soñemos que, en lugar de todo esto, usaran las garrotas para remover la tierra que les atenaza, que se ayudaran para salir adelante, que se dieran las manos sumando sus fuerzas; imaginemos que juntos, consiguieran ser libres, olvidaran rencillas estúpidas, y colaboraran en cambiar esa tierra estéril, en hacerla fructífera y fértil, en disfrutarla en lugar de agostarla en disputas agotadoras y vanas. 

Pero el caso es que esto no es más que un ejercicio de imaginación y ensueño. La realidad es que Goya reflejó lo que fuimos y lo que somos en las paredes de su Quinta. Junto a estos dos tontos puso un perrillo, entre asustado y triste que apenas se atreve a asomar la cabeza; un aquelarre en el que un cabrón dirige a una panda de malvados; la procesión del Santo Oficio, en el que una caterva de ignorantes e idiotas, siguen a quien les quita la felicidad presente prometiéndoles la futura, a cambio de renunciar a su dignidad; dos viejas, demacradas y decrépitas comiendo lo poco que encuentran; la romería de San Isidro, en el que lo que se anuncia como diversión no es más que entontecimiento e intentos de ocultar miedos; Saturno que devora, sangrientamente, a su hijo… Ojalá Goya se equivoque con respecto al futuro, aunque, visto lo visto… me temo que no.

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