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jueves, 9 de enero de 2014

Los orígenes (IV y final)




Y por fin, llegamos a la Historia nosotros, los Homo sapiens, seres soberbios convencidos de ser el centro del universo y los reyes de una supuesta creación cuando, en realidad, tan sólo somos una etapa más en la evolución de las especies. Quizá la consciencia de finitud no gustó a nuestros ancestros y para ello, yendo un poco más allá de lo que fueron los neandertales (que recordemos que enterraban a sus muertos al tiempo que les rendían un cierto culto), inventaron una serie de espíritus y dioses que explicaran lo que a ellos les resultaba inexplicable (después, la ciencia lo ha ido explicando casi todo) y para que dieran un sentido trascendente a la vida humana; trascendencia que quizá no sea tal. Pero no nos adelantemos, que nuestros pobres sapiens primitivos bastante tenían con sobrevivir. 

Allá por el 160.000 BP (que significa before present, una nueva forma de datación arqueológica que establece 1950 como presente sustituyendo la datación tradicional de a.C., antes de Cristo), mientras Europa era tierra de neandertales y Asia de erectus modernos, los Homo ergaster que habían quedado en África habían evolucionado tanto que se habían transformado ya en otra especie: el Homo sapiens, eso sí, en un estadio aún muy primitivo y, por tanto, algo diferente de los sapiens actuales, que somos nosotros. Estos nuevos individuos africanos, ante un importante crecimiento demográfico y una disminución de los recursos en la zona en la que vivían debido -otra vez- a los cambios climáticos (poco a poco se empezaban a retirar los hielos del norte lo que suponía una disminución importante de las lluvias en África, disminuyendo la selva y los recursos alimenticios), se pusieron de nuevo en marcha y abandonaron África para, esta vez sí, extenderse por todo el planeta.





Por supuesto hay quienes se niegan a admitir el origen africano de la especie (esto supone que la especie humana actual deriva de individuos negros que, por adaptación evolutiva, al estar lejos de las zonas donde los rayos solares inciden con mayor fuerza, fueron perdiendo la melanina y se convirtieron en individuos de pieles más claras) y han llegado a desarrollar teorías que rechazan la de la Eva Negra (¡qué nombre tan poético para una teoría científica!) que es como se conoce a esta hipótesis de un único origen para toda la especie. La teoría alternativa (multirregional) supone que las distintas razas surgieron de distintas especies: así los negros descendería de los ergaster evolucionados, los orientales de los erectus y los caucásicos, de los neandertales. Sin embargo, la ciencia se ha empeñado en negar esta posibilidad no sólo por el estudio formal de los huesos, la distribución y frecuencia de los fósiles en el espacio geográfico, sino por el análisis del ADN. Pero no el del ADN ‘normal’, ese que tenemos en los núcleos de todas y cada una de nuestras células, sino el análisis del ADN mitocondrial, que únicamente se transmite por vía femenina, y más concretamente, por el estudio de las variaciones que se producen en él. Si he de ser sincera, no he llegado a entender por completo los mecanismos científicos de esta cuestión (que son complejísimos para alguien sin formación científica sólida, como yo) pero en síntesis lo que se infiere de las conclusiones de los estudios realizados en muestras amplias de población de todos los continentes, es que toda la especie humana tiene un origen común en una mujer africana, desechando la teoría multirregional, que tiene cada vez menos adeptos en el mundo científico y más entre los que se siguen negando a admitir un origen africano para la especie y siguen creyendo en las diferencias raciales.

Así pues, tenemos ya a nuestros antecesores dispuestos a moverse por el mundo, con una tecnología mucho más evolucionada, al igual que sus estrategias sociales y de aprovisionamiento de alimentos y de materias primas, lo que les permitirá explotar con éxito los distintos medios en los que se instalan. Y se mueven siguiendo una ruta que, desde la zona del valle del Rift les lleva hasta la franja palestina y Oriente Próximo, desde donde a su vez se reparten hacia el este (Asia) y hacia el oeste (Europa). A lo largo de los siguientes milenios los Homo sapiens irán aumentando de número y colonizando distintos territorios por Asia y Europa. Hace unos 25.000 años llegarían hasta el estrecho de Bering (el punto de encuentro entre Siberia y América), congelado en esos tiempos, pasando desde ahí a América. Cualquiera que observe a los americanos autóctonos (los pocos indígenas que aún sobreviven, tanto del norte como del sur) verá que tienen mucho mayor parecido con los asiáticos que con los caucásicos europeos o los negros africanos y esto se debe a su tardía colonización por individuos que ya habían adquirido rasgos orientales a lo largo de su evolución dentro de la especie.

Las sociedades de Homo sapiens también estaban mucho más evolucionadas y cohesionadas socialmente que las de sus predecesores, con una clara división de las tareas de forma que cada uno hiciera lo que mejor pudiera, una jefatura más organizativa que otra cosa, una distribución eficiente de los espacios (por ejemplo, donde se dormía no se descarnaba ni se cortaba la caza), la protección y cuidado de los indefensos y de los débiles, etc. Esto permitiría la formación de grupo tribales de mayor tamaño (los neandertales se movían en grupos de unos 20 individuos, mientras que los grupos de sapiens podían llegar a superar los 50) con las innegables ventajas que ello tenía en las partidas de caza o en la protección del campamento. Por no hablar de que evitaban aparearse entre ellos, con lo que los nuevos miembros de las tribus se veían libres de los efectos nocivos de la endogamia, lo que permitía un crecimiento poblacional importante, que se expandía (muy poco a poco: se tardaron miles de años) por todo el planeta.



También el mundo ritual de los Homo sapiens era más complejo, al igual que su cerebro. El lenguaje articulado era cada vez más eficiente, mucho más que el de otras especies, por lo que pueden poner en común estrategias de colonización, de caza y aprovisionamiento de materias primas, enseñanza de técnicas y trabajos y, en general, todo tipo de experiencias e historias, no sólo prácticas sino también espirituales. Porque es con nuestra especie con quien nace la espiritualidad surgida de la necesidad de explicación de los fenómenos naturales incomprensibles además de la necesidad de trascendencia que he mencionado antes. Al principio, posiblemente se recurriría a alguna especie de ‘espíritus’ para poder explicar fenómenos como la lluvia, los rayos, la luz, la noche…, pero llegó un momento en que hubo necesidad de entender la vida y la muerte, por lo que hubo que dar mayor poder a estos ‘espíritus’, que se convertirían en seres superiores o dioses. Todos estos fenómenos se percibían como externos por lo que debían haber sido causados por ‘algo’ y a ese ‘algo’ era al que iban dirigidas las pinturas propiciatorias buscando favorecer la caza o aumentar la fertilidad. Es el momento en el que nace el Arte, si bien los hombres prehistóricos no lo entendían como nosotros, sino como algo con una finalidad práctica bien clara: favorecer a los espíritus, dioses o lo que fuera, para que tuvieran suerte en las partidas de caza o las mujeres se quedaran embarazadas.



No podemos pensar en que el lenguaje o el arte primitivo eran meras anécdotas en la vida de las tribus primitivas, ni ignorar el peso que tuvo su evolución en el mundo que vivimos nosotros hoy. Gracias al lenguaje y al arte, los hombres más avispados, que probablemente fueran los más inteligentes del grupo, supieron convencer a los demás de que eran capaces de hablar con los espíritus: sí, con esos espíritus que controlaban el éxito en la caza y la fertilidad de bosques, animales y mujeres; esos primitivos chamanes supieron hacer creer a sus congéneres que ellos tenían el poder de hablar con la divinidad y los espíritus (para lo que no escatimarían ningún tipo de conocimiento, bien de hierbas, bien del comportamiento humano) y, por supuesto, eso les requería tales esfuerzos que les impedía trabajar como los demás en la recolección, la talla o la caza. De estos chamanes primitivos a los sacerdotes, imanes, pastores y gurús diversos de la actualidad, hay sólo una pequeña diferencia de vestimenta, porque en el fondo no dejan de ser lo mismo: una serie de personas que viven sin trabajar a costa de la ignorancia de los demás. 


Lo que ocurre es que hoy ya han pasado varios miles de años y esas creencias se han consolidado y han pasado al acervo colectivo sin que, de forma generalizada, se cuestionen de un modo lógico y racional, y así nos encontramos con personas inteligentes y formadas que creen de verdad en la existencia de un ser superior (y los hay que, con la mejor de las intenciones, dedican su vida a poner en práctica unas doctrinas complejísimas que han surgido de mezclas eclécticas de distintas historias), con personas excelentes y muy válidas que están seguros de que hubo un dios todopoderoso que nos creó a su imagen y semejanza; aunque también hay gente malvada que se aprovecha de los demás en su propia búsqueda del poder que da el dominio de la conciencia. Pero, en mi opinión, pocas veces se podrá ver un ejercicio de soberbia de semejante calibre: creerse el centro del mundo y creados ex profeso para dominar el planeta. Y esa soberbia de creerse el ‘rey de la creación’ lleva en muchos casos a despreciar al resto de los seres vivos, cuando en realidad nunca deberíamos olvidar que los humanos somos un bicho más de la Naturaleza: los más evolucionados de los primates, pero del mismo modo que, quizá, el águila lo sea de las aves, el tigre de los felinos y la sardina de los peces. Dudo mucho, muchísimo, que nadie nos creara de la nada, ni que surgiéramos de la mente de un ser superior, ni que nuestra vida esté determinada por los caprichos de alguien que establece lo que es bueno o malo. Desde luego es mucho más creíble que la vida surgiera del sometimiento de distintos materiales inorgánicos, presentes en el universo en general y en la Tierra en particular, a condiciones atmosféricas especiales que de la mente de un dios que, sin motivo aparente (ni mucho acierto, para qué mentir), decidiera crear un mundo. De verdad que si se para uno a pensar esto de forma fría, es de lo más absurdo que puede haber.

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