Un espacio abierto



Un lugar por el que pasar y, tal vez, quedarse.

jueves, 9 de enero de 2014

Expectativas.

Y para terminar la noche... una historia sobre expectativas fallidas. 



Se incorporó lentamente. Sentada al borde del sofá, prendió un cigarrillo con la lumbre de una vela casi consumida que titilaba entre platos con restos de cena y copas a medio vaciar. Apuró la suya de un trago. Ya en pie, se dirigió hacia la ventana sin hacer ruido. La luna, rota por nubes desgarradas, inundaba el salón. Una luz en el edificio de enfrente le recordó que estaba desnuda; se cubrió con la cortina mientras seguía mirando la blancura con la que la luna, impúdica, invadía la noche.

Las tres de la madrugada. O de la noche. Daba igual. Las tres y no podía dormir. La pantalla aún seguía encendida, surcada de temblorosas rayas grises que hablaban de un final que, ocupados en otras cosas, no habían llegado siquiera a intuir. Intentó recordar qué película habían visto. No pudo. Tampoco importaba. Sí recordaba sus ojos, expresivos, inteligentes, alegres. Y su voz, profunda sin ser grave, y la conversación: el valor de las cosas, del tiempo, de la vida. Mejor dicho, los distintos valores según de dónde vinieras.

Ella le escuchaba, atenta, bebiendo de sus experiencias, plasmadas en un libro de fotos que hojeaban con cuidado. Él sentía su admiración y le agradecía con cada golpe de voz, el interés que ella, con la mirada y el gesto, le regalaba. Dejaron de lado el libro y pusieron la película con la intención de verla mientras cenaban. My blueberry nights, sí, ahora se acordaba. Ella, como la protagonista, también intentaba saber quién era tras la ruptura, no hacía tanto. Tiempos tristes que intentaba dejar atrás. Una historia como tantas. Hundida en la rutina no supo ver que el amor había muerto. Sin discusiones ni tensiones, era fácil dejarse llevar por la inercia de la costumbre. La pasión, poco a poco, se diluyó en el aburrimiento de una convivencia gastada, hasta que una chispa insignificante hizo saltar todo por los aires. Una chispa que prendió el fuego del despecho y la venganza; una chispa que iluminó lo peor de alguien a quién creía íntegro; una chispa que la dejó con quemaduras que, aunque curaron, dejaron marcas. Al principio dudó si había acertado al dejarle; después, se sorprendió de no haberlo hecho antes; ahora, intenta olvidar en los brazos de otros hombres.

Y allí estaba, con un hombre nuevo, diferente, encantador. No hicieron caso de la película, que quedó como murmullo de fondo. Él siguió contando y ella no dejó de escucharle mientras la cena avanzaba lentamente. Ante sus ojos recreaba las escenas que, a lo largo de los años, había visto a través del objetivo. La alegría, la miseria, ambas de la mano. Rellenaba su copa aun cuando no estuviera vacía. Bebía de la suya, mientras las palabras empezaban a perderse enredadas en efluvios alcohólicos dentro de su cabeza. Y siguió contando de la mirada de los niños con un Kalashnikov en las manos, de la ilusión de quienes por primera vez ven una muñeca, de los ojos hueros de las mujeres violadas, de la esperanza de la música que surge de la nada, del vacío de las madres que entierran sus hijos, de la fuerza del consuelo de misioneros o cooperantes.

Las tres y cuarto. Miró hacia el sofá en el que el hombre, ajeno a sus movimientos, dormía profundamente. Volvió a él, apagó el cigarro y sin que el más leve rumor delatara su cercanía, recorrió su espalda con la yema de los dedos en una caricia lenta, sutil y dulce, deslizando suavemente sus pechos sobre él hasta llegar a su oído y susurrarle palabras de las que sólo era perceptible el roce del golpe de aliento en la piel que terminó en un beso, casi invisible, en su cuello laxo. Un movimiento inconsciente, como de cansancio, fue la única reacción.

Habían seguido con el vino y parecía que había pasado una eternidad desde la primera caricia, tímida, en la mano, y él, cómodo, seguía contando, cada vez más lento, mientras se dejaba acariciar. No era lo que había imaginado, pero al menos se dejaba querer y recibía lo que ella le daba apreciándolo como el regalo que era. Respondió a sus labios con el silencio de su lengua y a sus manos con la presión de sus brazos. Pero no eran esos los besos que esperaba ni su piel respondía como ella deseaba. Quizá fue el alcohol, quizá la impaciencia, pero todo fue tan rápido. Tierno, dulce, pero pasó sin sentir. La abrazó, intentando acogerla, y acunado en el olor de su pelo, se durmió. Ella quiso que fuera suficiente, quiso dormirse a su lado, quiso creer que eso era lo que había soñado.

Las tres y media. Un solitario motor rompió el silencio de la noche. Ella se apartó. Su piel se consumía añorando las horas de pasión que le faltaron; echó de menos caricias, besos, palabras de amor, aun sabiendo que hubieran tenido fecha de caducidad para aquella misma noche. 

Deambuló sigilosa por el salón, perdida en un espacio tan frío y vacío como su ánimo. Buscó en el revoltijo de ropas enredadas que yacían en el suelo y se vistió con la misma calma con la que se había movido hasta ese instante, envuelta en el mismo silencio que lo invadía todo y del que ella parecía un elemento más. Se ajustó el cinturón del abrigo y buscó un papel para dejar una nota. No lo encontró. Sacó el teléfono del bolso y, con breves y concisos movimientos, puso en un escueto mensaje un adiós escondido entre agradecimientos.

Cerró la puerta tras de sí mientras, en un extremo de la mesa, junto a las copas vacías, una pequeña luz intermitente hablaba de un mensaje no leído.

9 comentarios:

  1. Muy bueno, muy completo, muy redondo. Las expectativas, cuánto daño hacen a los humanos. Y cuánto disfrute en la anticipación del momento, se cumplan o no.

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    1. Muchas gracias, Jose. Por cierto... ya está arreglado el error: gracias por decírmelo. :) Un abrazo.

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  2. Ya sabes que me gustó en su momento y me sigue gustando.Muaaaa

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    1. Ay, Berta... ¡Qué alegría tan grande reencontrarte! La verdad es que esta historia ha cambiado (se ha hecho un poco más larga) desde la primera vez que la publiqué, pero me alegro de que te siga gustando. Mil besos. :)

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  3. Siguiendo la recomendación de un Enano barbudo y cascarrabias, he llegado a tu texto. ¿Cuántas veces pasamos por esta historia para curarnos?¿Alguna mujer puede evitar el escalofrío en la espalda al leerla? Por lo menos ninguna que haya vivido realmente. Fabuloso relato, Mayte. Me quedo con la caricia en la yema de los dedos, buscando espaldas dormidas en mi memoria. Un abrazo

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    1. Gracias, Lorena, por tu comentario. La verdad es que creo que cualquiera que haya intentado recuperarse de una ruptura ha pasado por algo así. Y tiene que seguir pasando, porque es una parte fundamental de la recuperación. Hasta que llega el día en que ya no proyectas tus expectativas sobre la otra persona y la aceptas como es. O no la aceptas. La vida está llena de posibilidades de elegir. Un abrazo para ti también. Me alegro de haberte encontrado por esta parte del mundo :)

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  4. Qué emocionante suena! Gracias por compartir un momento así conmigo. Un abrazo enorme.

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  5. Por fin, he podido leerlo después de más 9 días abierto para leer. Pero nunca dejo de intentarlo. Además, merecía la pena la espera. Vosotras, las mujeres, sois muy especiales y, a veces, tenéis la culpa de lo que os pasa. Aunque estoy de acuerdo en casi todo puesto que nosotros también tenemos expectativas y muchas veces no se ven cumplidas. Aunque en cuestión de amores, no cala tanto porque no ponemos el listón muy alto para no llevarnos ningún chasco.
    Pero no lo digo por su autora ni por los presentes, pero no sería más fácil si le hubiera hecho saber lo que quería desde el principio, o mejor aún, si tomara la delantera y le callara con besos. Seguramente, la desilusión sería igual porque la mujer iba predestinada, pero al menos, lo habría intentado. Así, es fácil que no encuentre nunca nada de lo que busca.
    Muy bien contado, Mayte. Gracias por compartir.

    Un abrazo.

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    1. Magnífico comentario, Ricardo.Ciertamente, la mejor opción es decir las cosas y tomar la delantera, como dices. Pero aún en esos casos, no siempre funciona. En este caso -que sí tomó una decisión aunque no fue correspondida como ella esperaba- el problema está en realidad en que él no era el hombre que ella quería, por muy bueno que fuera (que lo era). Simplemente, la mujer proyectó sobre él sus deseos en lugar de aceptar quién era él en realidad. Más que decir o tomar iniciativas, lo suyo sería saber qué se quiere, mirar a quien tienes delante (ya sea un él o una ella) y aceptarle sin proyectar ningún tipo de expectativa. Gracias por tu comentario.

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