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viernes, 22 de noviembre de 2013

Inés de Castro: reina después de muerta




Hay cerca de Coimbra un palacio (convertido ahora en hotel) al que llaman la "Quinta das lágrimas". El porqué de tan triste nombre se debe a que allí fue asesinada Inés de Castro, protagonista junto con Pedro I el Cruel de Portugal (en los mismos años reinaba en España otro Pedro I el Cruel: causalidades de la Historia), de una de las más truculentas historias de amor de todos los tiempos. Seguramente la leyenda se alejó de la realidad, pero tantos siglos después… quedémonos con la leyenda que con seguridad es mucho más bella de lo que fue la realidad.



Inés de Castro nació en Limia hacia el año 1320, siendo hija natural de Aldonza Suárez y de Pedro de Castro, primer señor de Monforte de Lemos y primo segundo de Pedro I el Cruel de Castilla. Por ello, al quedar huérfana de madre fue enviada a Peñafiel como dama de compañía de su prima Constanza, unos años mayor que ella.

Fue precisamente su función de dama de compañía de Constanza la que le permitió conocer al infante don Pedro de Portugal, futuro marido de su señora… y futuro amante suyo. Se dice que fue un amor a primera vista, que Pedro quedó prendado de la belleza de la joven Inés cuando la vio acompañando a la que se convertiría en su mujer en 1338. Fue el principio de una relación con la que sólo la muerte pudo acabar.

Tras la boda, Constanza, sabiendo de los amores de su esposo y su dama de compañía, intentó deshacerse de ésta última de distintas maneras, desde asignarla al cuidado de su hijo recién nacido el infante don Luis como madrina (lo que no surtió efecto ya que el crío murió a los pocos días de nacer) hasta conseguir que su suegro, el rey Alfonso IV, enviara a Inés al destierro. Tampoco esto funcionó ya que Inés se refugió en el castillo de Alburquerque, en la frontera de Castilla y Portugal, donde siguió viéndose con su amante.

La muerte de Constanza en 1345 al dar a luz al heredero don Fernando vendría en ayuda de los amantes, puesto que una vez viudo el infante don Pedro, ya no había impedimento para que él e Inés estuvieran juntos, si bien no pudieron casarse por la negativa del rey a autorizar ese matrimonio. Esto no fue obstáculo para que, tras regresar Inés a Portugal, la pareja se trasladara al norte al principio, regresando a Coimbra una vez calmada la situación en la Corte. Allí, Pedro e Inés se instalaron en la "Quinta das lágrimas" cerca del Convento de Santa Clara y en los años durante los que convivieron tuvieron cuatro hijos.

Sin embargo, las cosas no serían tan sencillas; de nuevo, problemas dinásticos y políticos. Políticamente, los problemas estaban en la inclinación del infante don Pedro hacia Castilla debido a la influencia de Inés. Por la parte dinástica, se veía que el heredero (el hijo de Constanza) era un crío débil, mientras que los hijos de Inés eran fuertes y sanos, lo que a la larga podía suponer graves conflictos dinásticos al fallecimiento de Pedro. Esto era lo que preocupaba más al rey ya que las luchas entre herederos podrían desencadenar una guerra civil. A esto se unía que el infante don Pedro se negó a casarse de nuevo con una princesa de alcurnia aunque sólo fuera con vistas a asegurar una descendencia legítima. El rey Alfonso IV vio que sólo la muerte podría separar a los amantes, por lo que reunió en el palacio de Montemor-o-Velho a tres de sus hombres (Coelho, Álvaro Gonçalves y Diego Lopes Pacheco) y les encomendó asesinar a Inés mientras Pedro estaba de cacería. Así, en enero de 1355 y delante de sus hijos, Inés fue degollada en el jardín de Monasterio de Santa Clara.

Pero la muerte de Inés no trajo ni la calma ni la paz. Pedro, culpando a su padre del asesinato, se rebeló contra él, aunque finalmente, gracias a la intervención de la reina (y a que la revuelta no tuvo demasiados apoyos), llegaron a un acuerdo en agosto de ese mismo año.

A la muerte del rey, don Pedro es coronado y empieza su venganza, venganza que le valió el apodo de "el Cruel". Tras llegar a un acuerdo con su homónimo castellano, consiguió que extraditaran a dos de los asesinos de Inés; el tercero, Diego Lopes, consiguió escapar a Francia. A continuación organizó un banquete en el palacio de Santarem al mismo tiempo que los asesinos de Inés eran torturados ante todo el mundo atados a sendos postes de suplicio. Terminado el banquete, mandó al verdugo arrancarles el corazón: a uno por el pecho, al otro por la espalda, para finalmente, morderlos él mismo como signo de maldición eterna por el asesinato de su amada.

En 1360, una vez coronado, Pedro realizó la "declaración de Cantanhede" en la que juraba que él e Inés habían contraído matrimonio un año antes de la muerte de ésta, algo poco probable ya que, al ser primos, habrían tenido que solicitar bula al Papa, cosa que no consta. Sin embargo, para Pedro este juramento suyo era ley, por lo que mandó construir un túmulo funerario magnífico para Inés en el Monasterio de Alcobaça y, una vez terminado, ordenó el traslado solemne del cadáver -habían pasado cinco años desde la muerte de Inés-, yendo él mismo al frente de la comitiva. Una vez llegados a la corte, engalanó el cadáver de su amada con vestidos reales, y sentada en el trono, Inés fue coronada reina, debiendo todos los cortesanos rendirle pleitesía, besando su mano en señal de fidelidad. Terminada la coronación se procedió al entierro en el precioso sepulcro que se había dispuesto para ella.

Pero no termina la historia aquí… Pedro I, poco antes de morir, ordenó esculpir otro sepulcro para él -tan magnífico como el de Inés- que habría de ser colocado pies con pies con el de su amor para que, en el día del Juicio Final, cuando se levantaran lo primero que viera cada uno de ellos fuera el rostro del otro. Ambos sepulcros, que están en el Monasterio de Alcobaça, son dignos recordatorios de una historia tan trágica y bella.



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