Si pensamos en un personaje femenino de la mitología griega
terrible y a la vez fascinante, nos vendrá a la mente Medea. Eurípides escribió
una tragedia que lleva su nombre en el siglo V a.C., sobre la cual Cherubini
compuso una ópera que se estrenó en 1797, y Pasolini convirtió la tragedia de
Eurípides en película en 1969, protagonizada por María Callas (¿es posible
imagina una Medea más auténtica que ella?) que sin embargo no canta la obra de
Cherubini. El libro, muy cortito, es extraordinario (lo he releído hace poco),
pero no he visto ni la ópera ni la película: tengo que hacerlo
Medea es, en esencia, una bruja, una hechicera y, por tanto,
capaz de las mayores perversiones si se la contraría. Pero lo que la hace
especial es que está dominada por las pasiones, en concreto la que siente por
Jasón, el de los Argonautas. Pero vayamos al principio...
A Medea se la supone hija de una ninfa y de Eetes, rey de
Cólquida, pero también se dice que fue hija partenogenética (es decir, sin
fecundación masculina) de Hécate, una de las diosas del Inframundo, de quien
Medea era sacerdotisa y quien, junto con Circe (hermana de Eetes y la que se
enamoró y hechizó a Ulises en su viaje a Ítaca reteniéndole durante un año) la
iniciaría en las artes de la hechicería y la magia, artes en las que Medea se
convirtió en una verdadera maestra.
Jasón, el otro protagonista de la historia, era hijo de
Esón, rey de Yolcos. Sin embargo, su hermano Pelías usurpó el trono y encarceló
Esón, aunque Jasón se salvó criándose con el centauro Quirón. Cuando al cabo de
veinte años Jasón reclamó el trono a su tío, éste le puso como trabajo
conseguir el Vellocino de Oro que estaba en la lejana Cólquida. Jasón, pidió
ayuda a su amigo Argos, que construyó una nave (también llamada Argo, de ahí el
apodo de Argonautas) en la que ambos se embarcaron camino de la Cólquida junto
con lo más granado de los héroes griegos del momento (Orfeo, Heracles, Cástor y
Pólux, Cefeo, Peleo, Telamón...), todos ellos deseosos de aventura.
Obviamente, cuando llegaron y pidieron que se les entregara
el Vellocino de Oro, Eetes, sin negarse del todo (tanto héroe junto podía
resultar, cuando menos, peligroso), les puso una serie de pruebas tan difíciles
que en la práctica imposibilitaban la misión que tenían. Sin embargo, no
contaba Eetes con que su hija se había vuelto loca de amor por el apuesto
Jasón. Así, le ayudó proporcionándole todo tipo de ungüentos, hechizos,
pociones e indicaciones certeras para que pudiera cumplir con la imposible
tarea que Eetes le había encomendado. Y lo hizo. Pero Eetes no cumplió su
palabra por lo que Jasón y los argonautas recurrieron de nuevo a Medea para
robar el Vellocino de Oro: gracias a una bebedizo mágico durmió a la serpiente
que vigilaba el trofeo y que -sin hechizar- nunca dormía. Nunca lo hubieran
conseguido sin ella y, puesto que su traición la impedía permanecer en su
patria, Jasón la llevó consigo prometiéndole matrimonio y, lo que era más
importante, fidelidad.
Pero Eetes no se rindió tan fácilmente y envió a Apsirto,
hermano de Medea, a perseguirlos para recuperar el Vellocino. Jasón -aterrado
por la persecución o en connivencia con su mujer: hay distintas versiones- pidió
negociar la entrega de Medea a cambio de dejarles el camino expedito. Cuando
Apsirto se presentó solo, gracias a las intrigas de su hermana, Jasón lo
asesinó y entre ambos lo descuartizaron y lanzaron al mar. El tiempo que tardó
el pobre Eetes en recoger todos los trozos fue aprovechado por los argonautas
para escapar.
Después de pasar por Creta para que Circe purificara a Medea
por el asesinato de su hermano y tras otra serie de episodios que se cuentan en
la leyenda, Jasón y Medea llegaron a Yolcos y entregando el Vellocino de Oro a
Pelías, reclamaron el trono. Pero los reyes griegos no se caracterizaban por
mantener su palabra y Pelías se negó en redondo. Medea, de nuevo, urdió la
trama necesaria para satisfacer a su amado. Consiguió engañar a las hijas de
Pelías para que ellas mismas mataran a su padre. Con nuevos filtros y conjuros
se hizo pasar por sacerdotisa de Artemisa y engañó a las jóvenes
convenciéndolas de que hirviendo los trozos de su padre en una poción mágica
que ella les proporcionaría, éste resucitaría convertido en un hombre joven.
Tan espantoso crimen hizo que Jasón y Medea (y sus hijos) tuvieran que
expatriarse de Yolcos, dirigiéndose a Corinto. Allí, Jasón esperaba poder
convertirse en rey gracias a unos derechos al trono del linaje de Medea.
Pero una vez en la ciudad, el asunto tomó otro cariz.
Creonte, rey de Corinto, propuso a Jasón (o quizá fuera al revés) el matrimonio
con su hija, Glauca, lo que aseguraba su acceso al trono en un futuro,
principal objetivo de Jasón. Para ello debía abandonar a Medea que sería
expulsada de Corinto junto con sus hijos. Loca de celos y de odio, Medea tramó
su venganza contra Jasón que la iba a abandonar, a ella y a sus hijos, para
casarse con otra mujer incumpliendo así la promesa que le hiciera cuando lo
ayudó a conseguir el Vellocino de Oro y a escapar de la Cólquide.
Mediante estratagemas, consiguió que Glauca aceptara un
regalo de bodas sin que supiera quién se lo enviaba: un manto tan precioso que
nadie podía resistirse a él. Se lo puso al instante y en ese momento se liberó
la magia ponzoñosa que contenía y la pobre novia ardió como antorcha. Creonte
intentó socorrerla y también murió abrasado en el fuego mágico. Eurípides nos
narra así la muerte de Glauca: “No se distinguía la expresión de sus ojos ni su
bello rostro, la sangre caía desde lo alto de su cabeza confundida con el
fuego, y las carnes se desprendían de sus huesos, como lágrimas de pino, bajo
los invisibles dientes del veneno.”
Sin embargo, no era suficiente castigo para Jasón dejarle
sin novia y sin reino... Así, Medea, en una terrible vorágine de venganza y
odio, serenamente enloquecida por la pasión de los celos, asesinó a sus propios
hijos sabiendo que con ello infligiría el más espantoso de los tormentos al
infiel y desleal Jasón.
Desde luego Medea era una mujer espeluznante pero fue leal,
mientras los hombres que la rodeaban en todo momento pretendían aprovecharse de
ella y carecían de palabra. Con lo que no contaban era con que ella no iba a
dejarse amilanar y que nada -ni siquiera sus hijos- se interpondría en su
camino.
Un mundo aterrador el de los mitos griegos.
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