Se había levantado muy temprano
y sacó al contendor los restos del despiece: la noche anterior terminó tan
tarde y tan cansada que dejó la basura para el día siguiente. A pesar de ser un
animal relativamente grande, era manejable, y aunque no era la primera vez que preparaba
una pieza de caza, acabó agotada. Antes de acostarse guardó cada trozo de carne
envasada al vacío en el arcón congelador del sótano, reservando en la nevera de
la cocina un par de piezas para la cena de la noche siguiente: más fresco
imposible. Quería sorprender a sus invitados con algo especial, algo que, estaba segura, no podrían olvidar.
No serían muchos. Fernando y
Rodrigo, además de Clara y Rosa. Ellas eran habituales de las reuniones de Elisa,
en cambio, ellos se sorprendieron al recibir la invitación.
La anfitriona pensó el menú con
cuidado, adaptándose a los gustos de cada cual. Clara y Rosa, al igual que
ella, preferían ensalada y pescado, mientras que los hombres solían ser más dados
a los placeres de la carne. Como la carne la había arreglado la noche anterior,
pudo emplear parte de la mañana en comprar lo que le faltaba -el pescado, las
verduras, el pan, los vinos- y en el resto del tiempo en los preparativos.
Criadillas es un eufemismo para
no decir testículos. Pese a la alta consideración que los hombres tienen de
esta parte de su cuerpo, cuando se compran hay que acudir a la casquería donde
se venden junto los demás despojos. En este caso, no hubo necesidad: ninguna
casquería habría tenido criadillas más frescas que las que Elisa había apartado.
Estas piezas tienen un aspecto poco atractivo y resultan fuertes de sabor, por
lo que hay que macerarlas durante, al menos, cuatro horas en agua y vinagre.
Después, se han de quitar bien todas las pieles y pellejos que las recubren y
limpiar a fondo las impurezas que aún puedan quedar con agua corriente. Cuando
están perfectamente limpias se filetean muy finas, se sazonan y especian, y se
pasan -vuelta y vuelta- por la sartén sin ningún tipo de rebozado. Elisa, había
decidido matar la fuerza de sabor de este manjar con una salsa de frutos rojos
por lo que tras triturar moras, frambuesas, arándanos, endrinas y grosellas,
las redujo al fuego con azúcar, ron y un toque de jugo de limón hasta que quedó
una textura caramelizada.
Fernando, el director del
departamento de diseño, fue el primero en llegar. Dejó su flamante BMW a la
puerta del chalé y, después de recolocarse el pañuelo y comprobar que tenía los
zapatos relucientes, se peinó las cejas mirándose en el retrovisor exterior del
coche. Llamó al videoportero sonriendo a la cámara. Hacía un par de años había
tenido con Elisa una historia de la que salió de la forma menos elegante
posible: escondiéndose y evitándola durante el tiempo suficiente para que a
ella le quedara claro que aquello no había sido más que unos breves y
apresurados escarceos en camas de distintos hoteles. Elisa jugó a qué no se
enteraba, simplemente por el placer de ver como se empeñaba, ridículamente, en
hacerse invisible por distintas salas y despachos. Finalmente, cuando se cansó
del juego, le hizo saber que lo mejor era “quedar como amigos”. Ni siquiera se
molestó en despreciarle.
La ensalada que tenía pensada
era sencilla, tanto en su concepción como en su elaboración: canónigos, patata
cocida y aguacates, con un toque de salmón ahumado y todo rociado con una
ligera espuma de salsa rosa. Refrescante y deliciosa, perfecta como entrante
para un pescado poderoso.
Rosa fue la siguiente en llegar.
Llevaba el departamento de informática. Estuvo a punto de no ir al enterarse de
que Elisa también había invitado a Rodrigo, pero Elisa insistió tanto en que
necesitaba que estuviera, que no pudo -ni quiso- negarse. Siempre habían sintonizado,
ella y Elisa, aunque fueran muy distintas. Tal vez porque Elisa no se quedaba
en su ropa religiosamente negra, su maquillaje aterradoramente claro y sus finas
cadenas a modo de collar. Un disfraz tan bueno como cualquier otro.
El solomillo es una de las
piezas más exquisitas que se puede ofrecer a buen comedor de carne pero es
imprescindible que sea fresco: en este caso lo era. Se obtiene de la zona
situada entre las costillas inferiores y la columna, y para que no pierda nada
de su esencia es casi obligado prepararlo a la plancha o a la brasa -tras
haberlo tenido atemperándose unas horas antes de cocinarse- con apenas un toque
de sal y pimienta, poco hecho o al punto para que no se desvirtúe su sabor: es una
verdadera delicia por lo tierno y jugoso.
Rodrigo llegó en taxi. Aunque era
el director general de la empresa no tenía coche. Tampoco casa propia en la
ciudad: vivía en el Villamagna cuando estaba entre semana en Madrid. Jamás
hubiera aceptado la invitación de una empleada, por muy jefa de departamento que
fuera, de no ser por la situación por la que pasaba la empresa. Quería
enterarse de qué estaba ocurriendo con una serie de movimientos bursátiles poco
claros que llevaban semanas produciéndose pero que había detectado hacía apenas
un par de días. No tenían que ver directamente con Elisa, pero sí con su amiga
Clara, la directora financiera, que también estaba invitada a la cena. Se había
pensado seriamente si ir, porque le molestaba muchísimo la presencia de Rosa
-la habría puesto en la calle hacía tiempo si no fuera tan buena en lo suyo-,
pero si quería enterarse de lo que pasaba no le quedaba más remedio que
soportarla. Quizá fuera también Iván, últimamente se le veía mucho con Elisa;
con otro hombre las cosas serían mucho más cómodas y claras, y seguramente
conseguiría enterarse de qué estaban haciendo esas dos mujeres con su empresa.
Fernando no contaba.
El rape es el rey de los
pescados. Aunque se puede cocinar de infinitas formas, como mejor se aprecia su
intenso sabor a mar es sin más añadidos que un poco de sal, pimienta blanca y
un chorrito de aceite virgen al dorarlo en la plancha. No requiere
acompañamiento, pero Elisa pensó que quedaría mucho más vistoso si lo
acompañaba de algo de color como unos tomates cherry, partidos por la mitad
sazonados con un poco de sal y unas finas cabezas de espárragos verdes, también
a la plancha.
Clara fue la última en llegar. Elisa
y ella se conocían desde los tiempos del instituto en los que Clara rehacía los
trabajos de Elisa y Elisa se ocupaba de que nadie hiriera a Clara. Siguieron
juntas en la universidad y cuando en Invesco quedó libre el puesto de director
financiero, Elisa consiguió una entrevista para su amiga. Desde entonces
trabajaban codo con codo: una en la dirección comercial, la otra, en la financiera.
Entre las dos controlaban la estructura básica de la empresa.
Pero en los últimos tiempos Elisa
había notado que algo le pasaba a Clara. Demasiados años juntas. La semana
anterior Clara se había derrumbado. No sólo Iván la había dejado, eso sí, con
elegancia, culpándose él de todo, sino que habían empezado a producirse
desinversiones de fondos de la sociedad que no habían sido controladas por ella
y que estaban poniendo en peligro la estructura financiera de la empresa. Elisa
no necesitó saber mucho más.
- ¿Confías en mí? -le dijo.
- Claro, como siempre.
Iván. Atractivo, inteligente y
peligroso. Enamorado del riesgo, pero mal jugador: nunca contaba con el rival.
A Elisa le resultó fácil que entrara al trapo: un restaurante caro, un hotel
aún más caro, una mujer espectacular. Le resultó aún más sencillo averiguar lo
que necesitaba saber y llevarle dónde ella quería.
Para los postres no pudo hacer nada
especial por lo que Elisa optó por un combinado de frutas de verano para
aligerar la fuerza de la cena, acompañado por un delicioso cava.
A eso de las diez, cuando, tras
tomar un Martini de pie en el jardín mientras el sol terminaba de ponerse, se
sentaron a cenar, todo estaba perfecto: la mesa, magnífica; los platos,
preparados en la encimera para dar los últimos toques; el vino, enfriándose; la
música y la luz, a punto. Disfrutaron de la comida, aunque Elisa tuvo que
convencer a Rodrigo de que esperara a la sobremesa para hablar de negocios.
Clara estuvo tensa sabiendo los derroteros que tomaría la conversación tras los
postres, y Rosa y Fernando bebieron de más. Y como el alcohol suelta la lengua,
en particular la de los estúpidos, justo antes de que se levantaran para tomar
el café en el salón, Fernando, creyéndose amparado por la confianza de haber
sido su amante, comentó:
- Una cosa, Elisa.
- Dime.
- Me sorprende que nos hayas invitado a nosotros y en cambio te hayas olvidado de Iván... Últimamente se te veía interesada en él -dijo con intención de parecer malicioso.
- Mi querido Fernando, puede que no te hayas dado cuenta, pero Iván ha estado mucho más presente de lo que te imaginas.
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