Cuando conocí a Jorge no podía siquiera imaginar lo qué iba a suceder con el tiempo. Era encantador y parecía el hombre perfecto. Fue gracias a él que me di cuenta de que, a veces, el amor es cuestión de acertar en la elección.
Recién inaugurada la treintena, me encontraba en una comida de empresa cuando él se paró para despedirse de una de las personas que compartían mesa conmigo. Era un hombre atractivo, con un encanto especial, una mezcla de fuerza y dulzura que parecía natural. Le invitaron a sentarse a tomar un café y, tras éste, una copa, y luego otra, y otra... El tiempo justo para un despliegue de seducción envolvente absolutamente magistral. Dejamos la mesa a media tarde no sin que antes le hubiera dado mi teléfono, mi dirección y hubiéramos quedado en cenar aquella misma noche.
No puedo decir que me engañara ya que nunca negó estar casado, ni que alentara ninguna de las fantasías con las que yo soñaba... lo más que alcanzo a recordar son insinuaciones de amor. No, nunca prometió nada, tan sólo me enredó -o me dejé enredar- de forma que, aún sin decir nunca la verdad, tampoco podía asegurar que mintiera. Caí como una cría en la red del tópico del marido víctima del desamor que aguanta por los niños... una trampa tejida por mí misma con los escasos hilos de lo que él quería que yo escuchara y yo ansiaba oír. Resulta patético, lo sé, pero el caso es que me dejé arrastrar a una pesadilla de ausencias continuas matizadas por efímeras presencias; de leves insinuaciones calibradas a la perfección para que me hiciera ilusiones inexistentes, sin más base que mi propia imaginación; de encuentros furtivos, febriles y delirantes, condenados a un adiós atropellado y presuroso. Una relación absurda y enfermiza que se adivinaba condenada a un final fracasado desde su propio inicio, aunque yo no fuera capaz de verlo.
Así, como una auténtica cretina, insistí en no sentir la humillación que yo misma permitía, en no escuchar a quienes me avisaban. Hasta que, pasados unos meses, una falta hizo saltar todo por los aires. Por si no había sido lo suficiente enamorarme de un hombre como Jorge, ahora estaba embarazada. Dudé. Ser madre no entraba en mis planes y menos así. Pude habérselo ocultado, pero me pareció miserable, así que armándome de valor le conté lo que ocurría.
No puedo decir que me sorprendiera su reacción, aunque sí me sumió en una inmensa tristeza. Dinero. Fue todo lo que se le ocurrió. Ofrecerme dinero para que abortara, eso sí, con garantías y seguridad, dijo; obviamente, era lo mejor para mí, para mi carrera, para mi futuro. Eso dijo, el muy hijo de puta: que era lo mejor para mí. No mencionó que él ya tenía tres hijos, que no quería más y que, en realidad, nunca había pensado en empezar una nueva vida conmigo. Entonces fue cuando le vi con claridad. Entonces fue cuando dejé de ver lo que quería ver.
No acepté su generosa oferta, aún me quedaba algo de orgullo (maltrecho, pero orgullo al fin y al cabo) y una estupenda situación económica, pero le di la razón: lo mejor era abortar.
Si nunca habían sido frecuentes, en los días y semanas siguientes, los mensajes se redujeron, las llamadas se distanciaron, las citas desaparecieron. No se ofreció ni siquiera a acompañarme a la clínica en la que iba a abortar. Sucumbieron la ilusión y las ganas, murieron el fuego y la pasión: el amor que creí sentir, sencillamente, se diluyó en la apatía y la desidia del olvido.
Al final, sólo quedó él, Pablo, diminuto, sonrosado... y deseado.
Logrado relato sobre la gran elección, aquella que hacemos entre seguir auto engañándonos o enfrentar la realidad. Como de costumbre, consigues los matices del sentir femenino a la perfección. El final, todo un toque a la emoción. Conozco personas maravillosas que existen gracias a relaciones equivocadas. Un abrazo conmovido. Buena semana, Mayte
ResponderEliminarGracias Lorena. Lo cierto es que hay elecciones difíciles de tomar, pero una vez tomadas, no hay lugar para el arrepentimiento, sólo queda seguir adelante. Este tipo de decisiones, además de difíciles, son tan personales de las mujeres que, tanto en un sentido como en otro, se ha de respetar nuestro criterio, nuestra capacidad para decidir lo que va a ser de nuestra vida. Un abrazo y feliz semana para ti también. :)
EliminarMuy buen retrato humano, como siempre. Sin decantarse en lo moral por la elección correcta, porque esa es la de cada persona, cada circunstancia, me parece una muy buena historia.
ResponderEliminarGracias, Jose. Siempre es un añadido que a alguien con tu talento le guste un texto. En cuanto a la moral, es algo tan de cada uno que no queda otra sino respetar lo que cada uno hace. No creo que se deba andar con moralinas en este tipo de decisiones. Si lo hiciéramos acabaríamos pareciéndonos a esa iglesia que tanto criticamos por sus injerencias en las intimidades de cada uno. Un abrazo.
Eliminarsi te vale de algo la opinión de un lector ,con categoría de aficionado solo, pues mucha calidad veo yo. Como siempre sintiendo un poco de vergüenza ajena por como somos algunos hombres.
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