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martes, 16 de septiembre de 2014

Terminal





Raúl miró la pantalla en la que aparecían las salidas. Puerta de embarque J47. A tomar por saco y Paloma en los aseos. Siempre se preguntaba qué demonios haría tanto tiempo en el baño. Le pareció que había pasado mucho rato cuando salió, tan tranquila. Tuvo que hacer un esfuerzo para no gritarla que se apresurara, que llegaban tarde. Cuando llegó a su altura, señaló el panel y le dijo: 

- Tendremos que darnos prisa. Falta algo más de media hora y salimos por la puerta J47.

- ¿Algo más? Pero si nos quedan aún cuarenta minutos. -dijo ella sonriendo-. Anda, relájate, que nos vamos de vacaciones.

Echaron a andar por la terminal. Raúl, agobiado; Paloma, mirando escaparates; ambos, arrastrando sus pequeñas maletas. Raúl no quería esperar en la cola de facturación así que sólo llevaban lo que cupiera dentro de los equipajes que entraran en la cabina.

- ¿Quieres darte prisa? No, si al final perderemos el avión por tu culpa. 

- Qué vamos a perder. Tranquilízate, por favor. Si te fijas ya se ven las puertas con la H, así que las de la J no pueden estar tan lejos. Un segundo.

Raúl torció el gesto pero se quedó quieto en la puerta de la tienda mientras Paloma entró a mirar no sabía qué. No dijo nada, pero no paró de hacer muecas mientras le mostraba el reloj. Paloma intentaba ignorarle, pero era imposible. Sin siquiera preguntar el precio del bolso salió de la tienda. 

- Ya voy, ya voy. ¿Estás contento? Con las ganas que tenía de un bolso rojo. 

- Ya miraremos bolsos en Venecia, aunque seguro que es carísimo; buscaremos alguna tienda fuera de la zona turística. Pero para llegar, primero tenemos que coger ese avión, ¿sí?

- Pues claro que sí, cariño, pero aún tenemos media hora y la puerta de embarque está a cinco minutos. ¿La ves? Tanto drama para nada.

- Para ti todo está bien, pero ¿te acuerdas cuando fuimos a Praga? Llegamos cuando ya estaba todo lleno de gente y sólo quedaba un asiento libre en la sala de espera. Asiento que ocupaste tú. 

Paloma lo recuerda perfectamente. Quizá porque se lo dice cada vez que hablan de viajar, tanto si lo hacen, como si no. Su viaje de novios, el único que habían hecho aparte de las vacaciones en el pueblo de los padres de Raúl. A ella, Praga le pareció una ciudad maravillosa, como sacada de esos cuentos de hadas con los que soñaba de niña. Sí, quizá un poco artificiosa porque más que una ciudad que traslade a la Edad Media parecía una reconstrucción moderna en estilo medieval, pero aun así, por el día era alegre y de noche, misteriosa. Y a Paloma le encantó. Raúl no paró de quejarse y protestar por todo. Del hotel porque la cama era dura y las toallas, ásperas; de las calles, porque el gentío le resultaba molesto y escandaloso; los museos le parecieron caros y los restaurantes, prohibitivos. Pero hacían el amor y aún se reían juntos. Paloma lo recuerda lejano, pero bueno. 

- Sí, tienes razón, aquel asiento lo ocupé yo, pero de eso hace tanto. Mira, cielo, ya estamos llegando. Faltan aún veinticinco minutos para el embarque y hay un montón de sitios libres. 

Ahora, todo era distinto. Trabajaban demasiado, apenas se veían y no recordaban la última vez que hicieron el amor. Se ignoraban discretamente y ya no reían. El aburrimiento se había instalado en su sofá y aunque Raúl parecía sentirse cómodo en esa rutina entumecida, Paloma se resistía a marchitarse. Tras las discusiones, llegaron los silencios. Raúl se barruntó que algo no marchaba y a pesar de que no era lo que más le apetecía, no quiso que su tranquila vida sufriera más trastornos: le prometió que su aniversario lo celebrarían como ella quisiera. Y Paloma eligió Venecia. Tan romántica, con su luz dorada, las canciones de gondoleros y restaurantes junto al Gran Canal iluminados con faroles… Imaginaba ardientes besos en callejuelas encontradas al azar amparados por atardeceros misteriosos, preludio de apasionadas noches de amor bajo el dosel de la suite que habían reservado en el hotel Rialto, con vistas al puente del mismo nombre. Había salido caro, muy caro, pero podían permitírselo: la casa estaba pagada, no tenían hijos y llevaban todos estos años ahorrando para un por si acaso que nunca llegaba. Por primera vez Raúl se dejó convencer y, calibrando las ventajas que creía que obtendría, acabó aceptando que su décimo aniversario de boda merecía una celebración a todo lujo.

Cuando llegaron a la puerta de embarque aún faltaban veinte minutos para que la abrieran. Se sentaron en dos sillones contiguos.

- Al final hemos llegado con tiempo de sobra. Ya no queda nada para salir: estoy tan contenta. 

- Si no hay retraso -dijo Raúl. 

- ¿Por qué iba a haberlo? -le contestó Paloma, resignada. 

- Pasa con frecuencia, lo dice todo el mundo. 

En los últimos años Paloma se había acostumbrado a lidiar con esa forma de ver el mundo que tenía su marido, así que no le hizo demasiado caso y cambió de conversación.

- Leí ayer en Internet que ésta es una buena época para ir a Venecia porque ya no hace frío pero aún no ha llegado el calor fuerte. 

- Esperemos que sea así, porque yo he leído que cuando hace calor, aunque no sea mucho, el agua de los canales huele fatal. No quiero ni pensar en cenar con semejante peste. Por no hablar de lo desagradable que debe de resultar la humedad. 

- No creo. He mirado las previsiones del tiempo y dicen que no hará mucho calor. 

- Bueno, eso dicen, pero ya se sabe: los del tiempo no suelen acertar. Igual hasta llueve. No podríamos salir.

- Si lo piensas -Paloma sonrío- eso quizá no estaría tan mal. ¿Cuánto hace que no nos encerramos los dos solos una tarde entera?

- Pero ¿qué dices? Con el dineral que nos va a costar el viajecito… como para pasarlo encerrados en el hotel sin ver nada. Por lo menos intentaremos aprovechar y ver todos los sitios famosos y hacer fotos. 

Esta vez quien torció el gesto fue Paloma. Ella no estaba pensando en un viaje para aprovechar y hacer fotos. Se imaginaba una especie de segundo viaje de novios. Pero estaba claro que, pese a las promesas, Raúl no lo veía como ella. 

- ¿Qué quieres decir con eso de “el viajecito”? Es como si no te hiciera ilusión.

- A la que le hace ilusión es a ti. Y total, por no discutir…

- ¿Me estás diciendo que vienes sólo por no discutir?

Al ver que Paloma empezaba a enfadarse, Raúl reculó.

- Bueno, no sólo por eso. Como a ti te apetecía tanto venir no quise llevarte la contraria. 

- Vamos, que por ti te habrías quedado viendo la tele, como siempre, ¿es eso?

- Mujer, dicho así suena fatal. 

- Y, ¿cómo sonaría bien?

- No sé chica, tampoco tiene tanta importancia. 

- Sí, sí que la tiene. Dime, ¿cómo sonaría bien?

- A ver, no te enfades, que no es para ponerse así. No es que prefiera quedarme viendo la tele, es que me parece que es muchísimo dinero y que podríamos haber ido a otro sitio, qué sé yo, a Canarias o al Caribe, que había ofertas tipo “todo incluido”. Aquí, además de lo carísimo que nos sale el hotel y el vuelo, tenemos que sumar lo que va a costar comer y cenar, por no hablar de los regalos. Y por lo que me has estado contando estos últimos días, creo que no te va a valer cualquier sitio ni cualquier cosa. 

- No es lo mismo. ¿Cómo puedes comparar un chiringuito caribeño con una cena a la luz de las velas junto al Gran Canal? 

- Ya estás con tus cosas románticas. El mar también puede ser romántico.

- Pero ya sabes que no me gusta nada la playa -dijo Paloma.

- Ni a mí me gusta viajar y aquí me tienes, esperando un avión que me llevará a un sitio pestilente en el que me van a sacar los ojos por cualquier comistrajo. 

Por el altavoz llamaron a embarcar a los pasajeros del vuelo IB3746 a Venecia. Se levantaron y se pusieron en la fila para subir al avión. La cola avanzaba y cuando Raúl le dio a la azafata los billetes y se volvió hacia su mujer para pedirle que sacara el DNI, vio como Paloma desandaba el camino recorrido junto a él.


1 comentario:

  1. Tantas veces identificada a ambos lados de la situación que describes, mi querida Mayte. Las relaciones evolucionan de formas imprevistas y tú sabes explicarlo mejor que nadie. Felicitaciones, amiga mía, un gusto leerte.

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