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jueves, 11 de septiembre de 2014

Elcira





Estaba yo tan tranquilo, apoyado en un soporte que me mantiene casi vertical y enganchado a mi cargador, cuando una voz conocida casi me bloquea todas las apps de golpe. Elcira. Bien conocía yo esa voz. Tengo casi tres años -sí, soy un modelo casi obsoleto- y en ese tiempo no sé la de conversaciones suyas que habré podido oír. Por lo que sé, es de Colombia (no es que distinga el acento, es que lo repite con frecuencia) pero su tono dista mucho de esa agradable cadencia del tono de los latinos, suave, melodioso, armónico. No, esta mujer tiene una voz aguda, estridente, áspera. Resulta irritante. Como ella.

Elcira tiene una tienda de chuches y habitualmente llama buscando la forma de pagar menos impuestos. Como ya habréis supuesto, mi dueña es su contable. Todos y cada uno de los trimestres intenta convencerla de que es imposible que nadie se crea que una tienda como la suya puede comprar más de lo que vende. Y mira que es sencillo, hasta para mí que soy ya un aparato viejo. Pero eso supondría pagar impuestos, algo que no parece entrar en sus planes. No soy capaz de enumerar la de discusiones que habré escuchado sobre qué es deducible y qué no. Los caramelos, chicles y golosinas, sí; las comidas familiares de los domingos, no. Los bollos y helados, sí; las compras de ropa y zapatos, no. Las bebidas, sí; las operaciones de estética, no. Y así, las mismas conversaciones, trimestre tras trimestre, sin que mi pobre Angelita consiga hacerla entrar en razón. 

Pero hoy se ha presentado en la oficina, lo que es muy raro. Yo no la había visto nunca. El objetivo de mi cámara y la posición en la que estaba para no calentarme, me permitieron verla. Una mujer de unos cuarenta y muchos, gruesa, más bien baja, de rostro aindiado, muy morena y pelo negro y fosco. Y su voz, esa voz que tanto me desagrada. Me pregunté qué sería tan importante como para que dejara la tienda en manos de otra persona. No tardé en enterarme. Tras los saludos de rigor, entró al trapo.

- Angelita, cielo, es que verás, tengo un problemilla. 

- Tú me dirás, si puedo ayudarte… 

La pobre Angelita no podía pensar más que en la cantidad de trabajo que tenía y cómo el problemilla de Elcira la retrasaría. Porque tampoco era una mujer de las de ir al grano. 

Después de contarle que llevaba casi treinta años casada, y que tenía ya cuarenta y ocho y una hija de veinticinco, empezó a decir que se sentía mayor, como si la vida se le escapase. Angelita no daba crédito. Intentando -infructuosamente- cortar una charla que no le iba ni le venía, le dijo que no pasaba nada, que todo el mundo se hacía mayor y que había que disfrutar de esa etapa de la vida. Pero nada, Elcira no se dio por aludida y siguió con su perorata. De tanto en tanto, se oían risas apagadas a lo lejos, las compañeras que no podían por menos que escuchar dado el volumen al que hablaba la mujer. Pasados ya casi quince minutos, Angelita no podía más.

- Lo lamento, Elcira, pero no sé qué puedo hacer yo.

- Veras, cariño. Mi problema se solucionaría si tuviera otro hijo. Pero resulta que no me quedo embarazada. En estos últimos meses me he sometido a pruebas de todo tipo e incluso a una inseminación in vitro, que ha fallado. De verdad, niña, que estoy abatida.

No podía ver qué pasaba al fondo del despacho, pero los habituales meneo de sillas, movimiento de papeles y repiqueteo de los ordenadores se habían dejado de oír y aumentaron los carraspeos que ocultaban risas en medio de un silencio poco habitual. 

- Elcira, de verdad que lo siento, pero yo no puedo hacer nada.

- Ya lo sé, querida, ya lo sé. Pero el caso es que he encontrado una clínica en mi país que tiene la solución a mi problema. Si convenzo a mi hija de que se deje inseminar con el semen de su padre, de forma artificial, por supuesto, ella puede tener a mi bebé. Aún no he hablado con ella, pero no creo que tenga inconveniente en gestar a su hermano. 

El silencio se podía cortar y la cara de Angelita era todo un poema, jamás la vi tan apurada. Los cuchicheos quedos y las risas sofocadas en medio del silencio ponían el colofón a una situación absurda, rayana en lo surrealista. No sabía ni qué decir ni cómo salir de aquello. Ya no airosa, se conformaba con salir. 

- Insisto, Elcira, no sé qué quieres que haga yo. 

- Bueno, Angelita, guapa, lo único que quiero saber es si, además de la factura de la clínica española por lo de la inseminación in vitro, también puedo traerte la de la de Colombia si mi hija accede a quedarse embarazada por mí.


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