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jueves, 30 de enero de 2014

El anuncio


Esta historia surgió de un anuncio real leído en segundamano.es como trabajo para un taller de escritura creativa. De hecho, el texto del anuncio que aparecen en el relato está copiado tal cual estaba en el anuncio. Sin duda, la vida real es una fuente inagotable de historias. 




El bar de Salva está semivacío: un par de viejos tomando un carajillo al fondo de la barra junto a un teléfono que hace mil años que no funciona; un tipo con traje que mira su móvil mientras toma un café apresuradamente y, en una mesa junto a la ventana, concentrado en escribir en un papel algo tiñoso, está Paco. Y nadie más. Bueno, también está Salva, el dueño del bar que ahora atiende él solo. Si hace un par de años le llegan a decir que no tendría un par de camareros en la barra y otros dos o tres atendiendo las mesas, se habría hecho cruces hasta en el DNI. Pero hoy ya no. Hoy es lo normal. Es más, ni siquiera sabe cuánto tiempo aguantará él. 

Paco es un habitual del bar aunque, como no cambien las cosas, pronto va a dejar de serlo. Un tipo raro, Paco; bueno, más que raro, disonante en el barrio en el que vive. Nadie lo diría, porque aunque parece un tipo corriente, resulta que es un católico observante y practicante. Y como sigue los dictados de la Iglesia al pie de la letra, va a misa los domingos, reza a diario todo lo que toca rezar, se confiesa, no dice tacos, no miente, no roba, no mata… y no usa condones ni ningún tipo de anticonceptivo, lo que le ha convertido en padre de seis criaturas. Los domingos, cuando van a misa de once, él, su mujer y los seis críos, es casi un espectáculo verles. Porque en los suburbios de la periferia no es normal encontrar familias con más de dos hijos. Sí, Paco y su familia resultan, cuando menos, raros. 

Hace cosa de un año, con la llegada de la pequeña, Paco y su mujer respiraron un poco más tranquilos. El médico les aseguró que Marga difícilmente podría quedarse embarazada de nuevo: tenía el útero dañado de tanto embarazo seguido. Esa noticia, que podría parecer mala, a ellos les vino como caída del cielo, porque justo unos días antes de la revisión de Marga, a Paco le habían despedido de la empresa en la que trabajaba. Ocho años trabajando catorce horas diarias, ocho años acarreando pesadas losas de mármol, ocho años aspirando ese polvo asfixiante que se mete hasta los huesos. Para que, al final, con poco más de 13.000 euros y dos años de subsidio, le dejasen tirado como a un perro. Pero se resignó, sería un designio divino y seguro que Dios proveería. Eso fue precisamente lo que pasó por su cabeza cuando el médico les dijo que sería muy difícil que tuvieran más hijos; tal vez esa fuera la forma en la que Dios velaba por ellos. También se planteó si deberían seguir haciendo el amor o no, ahora que ya no era para procrear. Decidió que sí, que después de todo aún quedaba alguna posibilidad, por remota que fuera. Y eso fue lo que le dijo a Marga para seguir teniendo sexo, aunque sabía que era una mera excusa; esa era su cruz, el origen de su culpa: hacía el amor con Marga por el placer que le producía, por pura lujuria, no para tener hijos. No estaba bien, lo sabía, pero le gustaba tanto. Menos mal que se confesaba todas las semanas y eso le aliviaba.

Pero ahora, sentado en la mesa del bar mientras se toma el café con leche antes de salir a buscar trabajo, Paco ya no está seguro de nada, ni de sí mismo, ni de sus convicciones. Ha pasado un año desde que le despidieron y sigue sin trabajo; la indemnización se acabó en seguida -seis críos gastan mucho más de lo que uno se imagina-, el subsidio es absolutamente ridículo (¿cómo iba a saber él que le tenían contratado sólo a media jornada y que le quedaría menos de la mitad del sueldo?) y, aunque Marga limpia en un par de casas y cinco portales, llegan a fin de mes más que justitos. Lo peor es que tendrá que dejar esos trabajos en unos meses: está embarazada de cinco semanas, se lo había dicho aquella mañana. ¿Cómo era posible? Maldijo al médico por equivocarse, a Marga por ser tan fértil, y se maldijo a sí mismo por su lujuria. Desde que se había enterado del nuevo embarazo de Marga no hacía más que pensar si no sería un error cumplir al pie de la letra todo lo que decía la Iglesia. ¿De verdad a Dios le importaba tanto el asunto del sexo? Había muchos católicos con los que coincidía en la Iglesia que no eran tan escrupulosos en el cumplimiento de las normas. Y eran más felices que él. Había conocido a ateos que vivían al margen de las reglas religiosas y también eran más felices que él. Incluso los agnósticos, con todas sus dudas, eran más felices que él. Quizá debería relajar la observancia, dejar de ser practicante estricto y convertirse en eso tan extendido de ser católico no practicante. Sí, eso le haría más libre. Libre para utilizar anticonceptivos, para disfrutar del sexo porque sí, incluso, libre para abortar. Libre para no sentir culpa. Tenía que hablarlo con Marga. 

Mientras tomaba la decisión, escribía en un papel en la mesa del bar de Salva. "Hombre de 34 años busca trabajo donde sea después del embarazo inesperado de mi mujer. Llevo un año parado después del cierre de la fábrica de mármol donde llevaba ocho años trabajando. Hablo idiomas y tengo carnet de coche. 646.234.329. Gracias" Le llevaría el anuncio a su hermano, que tenía Internet en casa para que lo pusiera en segundamano.es. Allí era gratis.

1 comentario:

  1. La fe no da de comer, está claro. Y la vida es la que toma decisiones por nosotros, así que mejor hacerlo nosotros antes de que ella empuje demasiado. Muy bueno.

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