Mientras Carlota camina por Sor Ángela de la Cruz, siente el aliento de Medea ceñirse sobre ella. Tal vez es porque lleva aquel librito de Eurípides en su nuevo bolso de Carolina Herrera, y aunque no se considera una hechicera arquetipo de maldad y pasión, ella también va a usar la muerte de su propio hijo -o hija, nunca llegaría a saberlo- para herir a su marido. Y así, fríamente, sin remordimientos ni arrepentimiento, avanza por una calle flanqueada por árboles desnudos y rascacielos grises, dejando atrás la clínica donde hace menos de cuatro horas ha abortado el que hubiera sido su tercer hijo. O hija, no le importa.