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martes, 11 de febrero de 2014

Meisterstück






Siempre acompaño a Lola en todos sus viajes. Creo que soy una especie de fetiche para ella, se siente segura teniéndome cerca. Sea lo que sea, desde hace años somos compañeros inseparables. Como su diario, ése en el que cuenta todo lo que se le pasa por la cabeza desde que era adolescente. Ya lleva cuatro cuadernos, todos rojos, repletos de anécdotas, ideas, ocurrencias, dibujos, citas… todo escrito en tinta negra. Jamás ha usado ninguna de otro color. 

Siguiendo su costumbre, al llegar a la habitación, Lola sacó el neceser de la maleta y entreabierta la puerta del baño, empezó a colocar sus cosas. En la repisa que había dentro de la bañera puso tres botecitos pequeños con gel, champú y suavizante, además de una esponja. Cómo odia esas medias mamparas que nunca impiden que el agua de la ducha se esparza por el suelo del baño: no recuerdo la de veces que lo ha escrito en el diario. En el lavabo, colocó a la izquierda, su cepillo de dientes junto con el dentífrico dentro de uno de los dos vasos de cristal después de quitar el plástico protector y tirarlo, bien enrollado, a la papelera. Junto al vaso, ordenados por tamaños, puso los botes de crema de noche, de día y antiojeras, además de las toallitas desmaquilladoras apoyadas en la pared. Y en un pequeño estante, el peine y el cepillo del pelo, sujetando una pequeña bolsita con cierre zip en la que había unas pinzas, un cortaúñas y una lima. Lo demás, lo dejó dentro del neceser, que colocó a la izquierda de la balda que había bajo el lavabo. Ya lo cogería cuando le hiciera falta.

Creo que acostarme contigo es mejor que no hacerlo. Eso le había dicho Felipe y eso había escrito ella en su diario. Hacía ya dos semanas y aún no sabía cómo interpretarlo, pero ahí estaban los dos, compartiendo habitación de hotel en una pequeña ciudad del interior. Le gustó Felipe desde la primera vez que se vieron, hacía ya un par de meses, cuando le estuvo contando los detalles de la expansión internacional de su empresa. Quizá porque mientras le hablaba de sus negocios, su tono, sus miradas, sus gestos… rezumaban sexualidad. O quizá porque eso era lo que ella quería ver. Lola era muy de ver cosas donde no había nada… y muy de apuntarlas todas. Y le siguió gustando aun después de rechazarle por no atreverse a entrar en el juego erótico que él le propuso, con un punto morboso que la asustó tanto como la atrajo. Pudo más el miedo. Lola también era muy de miedos. En esos días sólo escribía sobre este asunto: sus ganas, sus miedos, sus deseos, sus recelos. Felipe se convirtió en una especie de obsesión. Pero no llegaron a perder el contacto hasta que, al final, Felipe se lo dijo: creo que acostarme contigo es mejor que no hacerlo, sin condiciones, como tú quieras. Todo empezó de nuevo y ahora ahí estaban los dos, en la habitación 317 de un hotel discreto en una ciudad aún más discreta. Y nosotros también: el diario y yo, Meiesterstück. Los diarios van siendo sustituidos según se llenan con retazos de vida, pero yo llevo con Lola desde que falleció su padre, hace casi once años. Fui un regalo para su padre cuando se graduó como teniente de la Guardia Civil allá a finales de los cincuenta y, poco antes de morir, me entregó a Lola con el encargo (más bien el mandato) de que me cuidara. Ella lo tomó al pie de la letra. Por nada del mundo habría llevado la contraria a su padre. 

Lola salió del cuarto de baño y vio que Felipe se había desnudado y estaba tumbado, en el lado izquierdo de la cama, fumando y hojeando, con gesto impaciente, la revista que había encontrado en la mesa, junto al cenicero. Había movido la maleta de dónde ella la había dejado. Mal asunto, pensé, a Lola no le gusta que toquen sus cosas, lo dice siempre. Haciendo un mohín, sacó la ropa y empezó a colocarla en el armario. El cajón superior estaba ocupado: Felipe había puesto allí su ropa interior, un polo gris y un par de jerséis. Lo cerró con un movimiento algo brusco y puso la suya en el siguiente. Ropa interior, dos pares de medias, calcetines, pashminas de colores. Y una camiseta. Por si se despertaba con frío por la noche: estaban a principios del invierno. Luego, movió hacia la derecha las camisas y el pantalón que Felipe había colgado en las perchas, y puso el vestido negro, sus dos blusas, la chaqueta y unos pantalones blancos en el armario. Demasiada ropa para un fin de semana, lo sabía. Volvió a la maleta y sacó el cargador del móvil, que puso en la mesilla del lado izquierdo de la cama. El bolso en el que estábamos el diario y yo, asomando del bolsillo exterior, lo había dejado en la mesa sobre la que había propaganda, la carta del servicio de habitaciones y un televisor. Cerró la maleta y la puso junto a la pared. Todo en un orden perfecto, casi castrense, como siempre. Desde pequeña la habían acostumbrado a una vida ordenada, con un sitio para cada cosa y cada cosa en su sitio. Nunca se atrevió a ir contra esa norma, aunque ahora se permitía una cierta rebeldía al dar preferencia a la izquierda. Rebeldía inútil, hacía mucho que su padre no estaba. 

- ¿Vienes? -dijo Felipe.

No respondió, pero se tumbó junto a él. Vestida. No se sentía demasiado cómoda. El sol del mediodía hacía poco apropiado el momento para el sexo. Se levantó y entornó las cortinas dejando que entrara un pequeño surco de luz. Volvió a la cama y dejo que Felipe empezara a desnudarla mientras la besaba. Empezó por el cinturón y los vaqueros, dejándolos a medias para desabrochar los botones de la camisa. Cuando terminó, se la sacó y la tiró al suelo. Lola se revolvió. Definitivamente, la cosa no iba bien. Con los pantalones, hizo lo mismo. Se sintió incómoda, ya no estaba pendiente de lo que él hacía. Felipe no pareció notar su rigidez porque, excitado, terminó de desnudarla, lanzando al suelo también su ropa interior. Lola no pudo más. Con la excusa de un juego erótico conmigo como guía, se levantó y, antes de cogerme, recogió toda la ropa que había por el suelo dejándola en una silla que había en la esquina. El gesto de impaciencia de Felipe le impidió doblarla. Este pobre no sabe a qué está jugando, pensé. Presentí algo raro, pero no pude más que dejarme llevar por Lola.

Volvió a la cama y, mientras los labios de Lola medían la piel del cuello masculino, sus manos le invitaban a girarse, buscando hacerse con su espalda en la cual empezó a dibujar líneas inconexas dejando un rastro de tinta que resultaría indeleble por un tiempo. Y aunque ambos eran conscientes de que le costaría borrárselo, a él parecía excitarle el movimiento errático de mi plumín surcando su espalda de estelas punzantes de tinta oscura. Empezó por pequeños trazos curvos sin rumbo y sin sentido bordeando la columna. Yo notaba su piel erizada. Sin querer, Lola miró la maleta, la que ella misma había dejado a la izquierda de la cama cuando llegaron aquella mañana, y aumentó, de forma inconsciente y casi imperceptible, la presión. Yo sí lo noté. El culo prieto de Felipe la invitó a trazar pequeñas hojas y ramas retorcidas mientras le separaba las piernas buscando la parte posterior de su escroto, cuya tensión anunciaba una erección por el momento invisible. A través de la puerta entreabierta del armario, vio asomar la manga de una camisa. Felipe se enervó cuando, tras girarle con algo de rudeza, Lola empezó a delinear las venas de su pene erecto. 

- ¡Cuidado!-. Sonrió mientras le sujetaba suavemente la mano, pero su tono sonó duro.

- Lo siento -dijo Lola, aligerando la fuerza con la que me manejaba. Noté un ligero temblor en su mano. La dureza la desestabilizaba, sabía demasiado bien qué podía traer.

Miró hacia la esquina, hacia la silla donde estaba desordenada su ropa, la que él había tirado al suelo hacía un rato. Intentó concentrarse en el juego y serenar su pulso. Felipe se dejaba hacer: estaba disfrutando y se le notaba. Lola volvió a mirar la ropa de la silla. Se estaba arrugando. Siguió dibujando roleos y volutas, cada vez más intrincados, cada vez marcando con más fuerza. Él no parecía notar nada raro. ¿Por qué se había puesto en el lado izquierdo? Era el sitio de Lola, se lo había dicho, al menos eso escribió unos días antes del viaje. Noté cómo se concentraba en los trazos, cada vez más inextricables, quizá intentando olvidar que no la había hecho caso. Yo notaba cómo me asía con más ansiedad de la habitual. No me gustó. 

A horcajadas sobre él, de espaldas al resto de la habitación, recorrió lentamente su vientre y su pecho, regándolo de tallos, ramas y pétalos de tinta. Se agachó para besarle los labios, los ojos cerrados, y sintiendo su lascivo abandono siguió recorriéndole con mi plumín, cubriendo sus hombros de un follaje negro, cada vez más tupido. Se incorporó un segundo, cuando el dibujo llegaba al cuello de Felipe, y el espejo que hacía de cabecero le devolvió su imagen desnuda y, a la derecha, enmarcada por el hueco de su cintura, vio su ropa, arrugada, sobre la silla.

El grito de Felipe, sus ojos desorbitados y un rastro rojo mezclándose con los trazos negros que le cubrían, le devolvieron a la realidad. Creo que Lola no volverá a cuidar de mí. Por primera vez desobedecerá una orden de su padre. 



9 comentarios:

  1. Difícil abandonar viejos hábitos, viejas costumbres, y no atarse a nada...

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    1. Pueden llegar a ser peligrosas las rutinas, por tranquilizadoras que resulten. :) Gracias por tu comentario. Un abrazo.

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  2. Pues sí, Maga, lo que pasa es que le he dado una vuelta hasta contarlo desde otro punto de vista y he añadido cosas. Así que al final, es otra cosa. Es lo malo (o lo bueno) de revisar constantemente, que al final las mismas historias, parecen otras. Gracias por leerme y comentar. Un abrazo.

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  3. Cómo me gustan "tus mujeres"!! Tienen ese punto de peligrosísima incertidumbre, como ver la escena del hombre comiendo en el sofá tranquilamente y observar una bomba debajo de sus pies. Uno se pregunta si estará activa, si estallará, cuándo...Excelente relato. Y te sorprende que las visitas crezcan? Un abrazo confianzudo

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    1. Gracias Lorena. Me alegro de que te gusten. En realidad son mujeres como somos todas, llenas de contradicciones y dudas, sin saber nunca si lo que hacemos lo hacemos bien, pero intentándolo. Un abrazo :)

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  4. Inquietante "personaje" esta Lola, se me ha erizado todo (y cuando digo todo es TODO). Lo dicho (aunque suene a repetitivo) ¡me encanta como escribes y describes! Besos.

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    1. Es un lujo que a un escritor tan bueno como tú le gusten mis cuentos. Mil gracias, Frank!

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  5. Me encanto cuando lo leí la primera vez , Y ahora con algunos cambios también......
    Que sepas que igual que Lola mi sitio es también el izquierdo ;)

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  6. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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