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miércoles, 5 de febrero de 2014

Cucharilla





También es mala suerte que de todas las cucharas del mundo me haya tenido que tocar a mí acabar metida en esta bolsa de plástico. Prueba forense, me llaman. Puta mala suerte, diría yo. Porque a ver, ¿acaso no es fatalidad que de las cientos de cucharas que había en el restaurante aquella pobre me tuviera que coger a mí? ¿No podía haber ido a lo fácil y coger un cuchillo? Pues no, tuvo que innovar. Y ahora yo me veo aquí, en una bolsa de plástico, con una etiqueta blanca y metida en una caja con un montón de porquerías más embutidas en otras bolsas de plástico rigurosamente etiquetadas. Señor, qué desgracia. 

Ya no hacía el frío de los días previos a la inauguración, pero en aquel principio de febrero incluso dentro de la terminal era imposible quitarse el abrigo. La gente caminaba a ratos deprisa, otros, despistada, consultando pantallas, preguntando en los mostradores, haciendo colas… y quejándose. Había muchas quejas. Por todo. Por la falta de información, por las demoras, por lo lejos que estaban las puertas de embarque, por lo caros que eran los bares, por lo difícil que era manejarse en ese edificio sobrehumano cuya aura no hacía más que absorber y proyectar toda esa negatividad. 

Estaba yo tan tranquila, apoyada en el platillo junto a la taza vacía, con un regusto amargo de café frío, cuando vi a aquel tipo acercarse a la barra. No me dio buena espina. 

- ¿Aquí no atiende nadie?

Mal empezamos, me dije. La barra estaba llena y las pobres chicas no daban abasto, así que ignoraron a aquel hombre. En qué hora. 

- Pues si no atienden no será porque están limpiando. Hay que ver cómo tenéis la barra de asquerosa. Todo lo que os paguen será de más.

El tipo ya había alzado la voz y la gente se volvió a mirarle. Las chicas se miraron y Marga, la que estaba junto a la cafetera, se acercó. 

- ¿Qué le pongo? - le dijo en tono seco. 

- Eso, encima desagradable. Lo tenéis todo: guarras y antipáticas. 

- Oiga, caballero, haga el favor de no insultar o llamaré a seguridad. ¿Qué va a tomar?

- ¿A seguridad? Pero, ¿tú quién te has creído? Mírala -el tipo la señaló hablando al resto de clientes que ya miraban descaradamente- se cree alguien… a seguridad, dice.

Se rio mientras la pobre Marga se mordía la lengua. No estaba siendo un buen día. Esa misma mañana, al ir a colocar las tazas se le había caído al suelo una bandeja llena de vasos que se habían hecho añicos. El supervisor la había mirado mal y se puso tan nerviosa que al recoger todo se había hecho un corte muy feo en la mano. Y le dolía, pero no podía hacer nada más que ponerse una venda con esparadrapo y aguantar: necesitaba ese trabajo. Y ahora este imbécil. Me daba pena la chica. Aunque ya empezaba a estar incómoda con el café reseco, agradecí que se olvidaran de mí. Desde mi platillo ya veía que eso no iba a acabar bien. 

- ¿Va a tomar algo? - insistió Marga.

- Un café con leche, pero a ver si me lo pones en una taza limpia, que con la mugre que tenéis aquí me extrañaría.

Marga se giró hacia la cafetera, rebufando en silencio y haciendo un esfuerzo para ignorar a semejante idiota. Pensó que cuánto antes le despachara, antes se iría. Tomó una taza y la repasó con el trapo, para que no hubiera pegas. Llenó la cazoleta y prensó el café sin mucho entusiasmo: no saldría bueno, pero después de todo estaban en un aeropuerto. Lo encajó en la máquina y presionó el botón. Mientras, tomó la jarra de la leche y la calentó hasta hacer espuma. Cuando dejó de salir café, retiró la taza y añadió la leche. Todo cuidando de que nada estuviera fuera de lugar. Ya había tenido bastante por hoy. 

Tomó la taza y se la sirvió al hombre.

- Son dos cincuenta, por favor.

- ¿Por esta bazofia? - El hombre subió el tono y, de nuevo, todos los que estaban en la barra se volvieron. 

- Son las tarifas estipuladas. Las puede usted ven en el cartel que hay encima de las máquinas. Son dos cincuenta, por favor. 

- Suciedad, mal servicio, mal producto… y encima, caro. Esto es un abuso. 

El encargado se acercó a Marga y al hombre.

- ¿Algún problema, señor?

- ¿Alguno? ¿Ha visto cómo está esta barra? ¿Y la pinta de este café? Es asqueroso. 

- No se preocupe, le pondremos otro. Marga, haga otro café para el señor. 

- Por no hablar de su empleada: una incompetente maleducada. Me ha tenido esperando más de quince minutos hasta que se ha dignado venir a preguntarme qué quería. Para luego traerme esta porquería.

Marga volvió a morderse la lengua mientras volvía a poner otro café. Hubiera escupido en él. Quince minutos. ¿Por qué mentía? No la conocía de nada, ¿por qué mentía a su supervisor? ¿Acaso no podía imaginar que eso podía causarle problemas? 

- Disculpe, señor. Estamos empezando y aún no estamos al cien por cien. El personal está a prueba.

- Pues esta camarera deja mucho que desear. Por no hablar de su aspecto, tan sucio. ¿Ha visto cómo lleva la mano? Da grima. Deberían ustedes pensarse mejor a quién ponen de cara al público.

El supervisor se acercó a la cafetera y cogió él mismo el café para servírselo al cliente y evitar que Marga se acercara. Mientras, la chica me retiró de la barra junto con el platillo y la taza, y me dejó junto al fregadero. Me alegré de que no me metiera en el lavavajillas. El hombre, siguió protestando a la vez que, de cuando en cuando, sonreía torcidamente a Marga. 

Un estropicio hizo volverse a toda la barra. Cuarenta bocadillos recién preparados estaban desparramados por el suelo de la barra. Marga apenas podía aguantar las lágrimas: por el dolor de la mano y por la impotencia. El tipo de la barra se rio y el supervisor se acercó a ella. Oí cómo le decía que dejara el uniforme y se fuera a casa, que no había pasado el periodo de prueba.


El tipo, sonriendo de forma estúpida, se encaminó hacia los lavabos. Entonces fue cuando me di cuenta de que me cogían. Era Marga. Me metió en el bolsillo de su delantal y se fue tras aquel hombre entrando en los baños de caballeros, cuidando de colocar el letrero que avisaba de que los estaban limpiando.

-        ¿Qué haces aquí? ¿Eres tan idiota que no has visto que este es el lavabo de los hombres?

Noté el tacto de los guantes de fregar cuando me asió, con fuerza, por el mango. No me gustó. ¿Por qué? No lo sé, pero no me gustó. Me sacó del bolsillo y vi una sonrisa extraña en la cara de Marga y cuando me quise dar cuenta me encontré dentro del ojo de aquel energúmeno que gritaba como un poseso. No sé cómo, pero consiguió callarle y que dejara de moverse. Pensé que me sacaría de ahí y me devolvería a mi sitio, con mi taza y mi platillo. Pero no. Se fue y me dejó allí.

Poco más recuerdo, salvo una sensación viscosa y repugnante que se unía al café reseco que ya llevaba pegado a mí. Pasó mucho tiempo hasta que alguien me sacó de allí y me guardó en esta bolsa de plástico. Ojalá me hubieran metido en el lavavajillas.


11 comentarios:

  1. Con la boca abierta me has dejado, Mayte. Excelente! Adoro cuando un escritor me cuenta las cosas desde el punto de vista que no espero ni imagino.Me has hecho arrancar el día con una sonrisa torcida y malévola. Un abrazo enorme desde mi Luna.

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    1. Gracias, Lorena, es gratificante saber que algo que has escrito, sorprende al lector. Espero que a lo largo del día (aunque haya tardado en responder) se te enderezara la sonrisa... o no, jejeje. Un beso :)

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  2. De lo mejor que he leído, hace años que adoro esta historia. Es complejo, mucho, meterse en el posible alma de un objeto inerte, y lo haces de manera genial. Que lo humano sea un accesorio, y lo accesorio el nudo, es todo un ejercicio de imaginación y dominio. Felicidades de nuevo.

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    1. Enano, un comentario como éste, viniendo de alguien con tu talento e imaginación es todo un aliciente para seguir. La verdad es que estoy pensando en ver si puedo seguir por este camino, resulta entretenido lo de dar vida a objetos inanimados :) Un abrazo enorme. :)

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  3. Qué bien que te haya gustado, Maga, sobre todo viendo lo bien que escribes tú: voy a dar un paseo por tu casita, a ver qué hay de nuevo :) Da gusto con lectores como tú... y como los demás. :) Mil gracias. Un beso.

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  4. ¡Buenísimo! ¡Brutal! (y me ha encantado que le sacara el ojo a aquel desgraciado que, seguro y era del PP). Ja,ja,ja,ja,ja,ja,ja,ja

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    1. Jajaja, seguro que lo era, daba el tipo, jajaja. Gracias, Frank!

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  5. Impresionante!!! Un ataque narrado por el arma, una simple cucharilla... tiene hasta un punto de ternura y humor. Felicidades!!!

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    1. Muchas gracias, Marta, qué bien que te haya gustado. Un abrazo!

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  6. Muy bueno. Pones en acción y llevas a cabo los deseos incumplidos por nosotros. Está muy bien.

    Un abrazo.

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    1. Gracias, Ricardo. Lo cierto es que si los objetos hablaran, se vería la vida de otra manera. Un abrazo!

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