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lunes, 17 de febrero de 2014

Águila y Halcón


Leer el cuento de la Maga me ha hecho recordar esta leyenda india que me contaron hace tiempo. Decidí contarla a mi manera, con mis palabras, como se cuentan los cuentos a los niños. Y disfruté haciéndolo. 



Cuenta una antigua leyenda india que dos jóvenes enamorados, creyendo que su amor era el más fuerte y poderoso del mundo, quisieron sellarlo de forma indeleble. Sin embargo, los ritos de su pueblo y los de los pueblos vecinos se les hacían poca cosa para rubricar un amor tan inmenso, así que decidieron visitar al chamán de las montañas buscando la aprobación de los dioses. 

Tras un penoso viaje llegaron a la cueva en la que vivía el viejo sabio y le contaron el motivo de su visita. El sabio, tras reflexionar un breve instante, les ordenó atrapar en su nido a dos aves soberbias y de majestuoso vuelo: él, un halcón, y ella, un águila. Una vez cazadas, deberían arrancarles una pluma del buche, mezclarla con tierra y ramas de los nidos y guardarlas en un saquito junto al pecho, de forma que esas dos aves se convertirían para siempre en sus animales totémicos. Los dos jóvenes se quedaron sobrecogidos ante lo difícil de la empresa, pero seguros de lo excepcional de su amor no dudaron un instante que conseguirían su objetivo. 

Pasaron los días hasta que, al fin, los dos jóvenes se reencontraron en el cruce que llevaba hasta la cueva del chamán. Se abrazaron y besaron como si hubieran pasado mil años, y se dirigieron a dar cuenta al viejo brujo. Éste, sentado serenamente en la puerta de la cueva, los esperaba. Escuchó con atención sus relatos, en los que los jóvenes desgranaron todas dificultades que habían tenido que superar para, al fin, conseguir sus objetivos: las dos pequeñas bolsitas que colgaban de sus cuellos. El chamán pidió que se las entregaran y los enamorados, con cierta prevención pues ya habían comprobado que tenían el poder de controlar a las dos magnificas aves, se las entregaron. 

El viejo, en voz baja, inició una suave letanía y en apenas unos minutos aparecieron tanto el halcón como el águila. Venían volando juntas, en sintonía, sin estorbarse aunque se cruzaban, aprovechando las mismas corrientes de viento, respirando el mismo aire. Fascinaba observar su vuelo, tan perfecto, tan sincrónico, para finalmente iniciar, majestuoso y al tiempo, el descenso hasta posarse justo frente al viejo chamán. Una vez allí, el anciano tomó una pequeña y fina cadena del metal más puro, liviano y resistente que pudiera encontrarse, y unió a las aves para siempre, tal y como deseaban los jóvenes que hiciera con ellos. 

Las dos aves reemprendieron el vuelo, pero ahora sus alas chocaban al volar, haciéndoles perder el equilibrio en el aire. La cadena empezó a tirar y, aunque era bastante flexible, hubo un momento en que no dio más de sí. Las aves que tan armónicamente habían volado antes, ahora se picoteaban; el espacio que antes habían compartido, ahora les resultaba invasor. Intentaban alejarse la una de la otra, pero no lo conseguían, y aunque la cadena siguió cediendo nunca era suficiente. El águila quedó enganchada en una rama, y si bien al principio intentó escapar, luego se acomodó en ella. El halcón intentaba volar lejos, pero siempre la cadena lo devolvía junto al águila, reanudándose los picotazos y empellones, hasta que el halcón intentaba volver a escapar para terminar siempre volviendo a herir y ser herido en un ciclo que parecía no tener fin.

Los jóvenes se miraron horrorizados. Eso no era lo que ellos buscaban. Increparon al anciano, y le pidieron que acabara con esa terrible escena. El chamán, apenas sin mirarlos, les dijo:

- Era la libertad lo que les permitía volar juntos sin chocar; era la libertad lo que hacía que se reencontraran con felicidad; era la libertad lo que les enaltecía y daba paz. Se la quitasteis al unirles con una cadena, que acabó con todo lo bueno que compartían. Desde que dejaron de ser libres dejaron de elegir y quedaron obligados a compartir incluso cuando no querían hacerlo. Y cuando el águila se acomodó en su trampa, tirando del halcón, la situación se hizo insostenible: uno quería volar y el otro no lo dejaba. El odio se instaló entre ellos y seguirá así hasta que se destruyan o alguno de ellos rompa la cadena de forma definitiva, porque aunque ésta al estirarse pueda parecer que no existe, no es así: siempre estará allí. Ellos ya están condenados, al igual que lo estaréis vosotros si decidís atar vuestro amor con cadenas. 

Ahora ya no sabían que pensar. Miraban al viejo, miraban a las aves, exhaustas y tristes: el águila había perdido su espléndido plumaje y el halcón volaba en círculo sin atreverse a ir más allá. Ella, al fin se dio cuenta. Tomó a su amado de la mano y se acercó a su águila, la acarició hablándole al oído, y suavemente cortó la cadena que la unía al halcón, que levantó el vuelo perdiéndose en las alturas. El viejo no dijo nada, sólo sonrió.

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